Nuevamente Europa es remecida y el euro tambalea por la posibilidad de que en las elecciones que se realizarán en Grecia, este 25 de enero, el grupo izquierdista que encabeza las preferencias llegue al Gobierno y, como lo ha insinuado su líder Alexis Tsipras, abandone el plan económico que la Unión exigió para proceder al salvataje que hiciera hace algunos años.
La líder alemana Ángela Merkel ha mencionado que si Grecia no cumple sus compromisos tendrá que salir del euro. Los otros líderes de los socios europeos han tratado de bajar el tono de las declaraciones para no provocar una escalada de la crisis.
En realidad, Grecia ha hecho grandes esfuerzos pero no ha bastado para solucionar el problema creado por una cadena de hechos que tuvieron anteriormente como protagonistas al gasto y al despilfarro.
Las consecuencias de estas políticas dispendiosas tendrán que soportarla los ciudadanos aún por un largo tiempo. Pero la austeridad y el control del gasto no se llevan bien con la política.
Resulta fácil retomar el discurso populista enarbolando consignas de corte nacionalista, para lograr apoyo electoral y hacerse del poder. Eso es lo que están realizando los partidos y movimientos de izquierda, estrategia que les ha conducido a las puertas de conformar un nuevo Gobierno que, de aplicar las medidas que han esbozado, provocarían una dura reacción de los otros países de la zona que a su tiempo contribuyeron, con su dinero, para salvar la caída de ese país, lo que a su vez significaría una dura prueba para la continuidad de la Unión y del euro.
Estas prácticas que buscan capitalizar el descontento popular no son exclusivas de los griegos. En España y otros países, aquellos que cuestionan las políticas económicas que pretenden poner en orden los descalabros de las prácticas populistas de sus antecesores consiguen respaldo popular y aún cuando, al menos por el momento, no tengan una clara opción de formar
Gobierno, contribuyen a crear un ambiente poco propicio para atraer inversión, con lo que el problema lejos de solucionarse se agrava y con el tiempo se acumula hasta que finalmente estalla.
Igualmente en los países de América Latina se pude observar esa onda expansiva, que reitera consignas en contra de lo que se requiere para encaminar a estos países hacia un desarrollo sostenido. Se hostiga al emprendedor, se fustiga a quien se atreve a navegar contracorriente a los modelos en boga que han pulverizado las economías de algunos países.
Si bien con ello logran controlar temporalmente el poder en sus países, las soluciones de fondo a sus problemas estructurales tardan en adoptarse con lo que permanentemente viven en etapas de sobresalto.
Nada hace percibir que esto irá a cambiar ni siquiera en el mediano plazo. Lo que es más probable es que de tiempo en tiempo observemos más de lo mismo, profundización de las crisis que conllevan inestabilidad social y política. Ya lo decían los antiguos “no hay nada nuevo bajo el sol” y no nos debe sorprender ver reeditarse hechos que alguna vez se suponían no volverían a repetirse.