Juan Montalvo tuvo una visión fidedigna del Ecuador. Su interpretación de la vida política ecuatoriana no ha perdido vigencia. Sus páginas se nutren de su aversión a la tiranía y a los tiranos de su tiempo. En ellas vierte su estilo fogoso, su ira y su sarcasmo. No perdonó a los déspotas. No era un insultador de pacotilla. Lejos de él la misoginia, la pachotada de endilgarle eso de “gorda horrorosa” a una impertinente periodista. No, nada de eso. El célebre ambateño tenía talento superior incluso para la injuria. No me explico por qué una universidad del siglo XIX no le reconoció tan preclaro mérito; de haberlo hecho estoy seguro que le hubiese concedido un doctorado Honoris Causa. (Hoy, con menor talento se entregan docenas de ellos). Pienso que Miguel de Unamuno, rector de la universidad de Salamanca, de buena gana le hubiese conferido un doctorado prestigioso de haber vivido en su tiempo. Fue Unamuno quien confesó que lo que más disfrutó de Las Catilinarias montalvinas fueron los insultos que el autor dedica al dictador Veintemilla. “Es la indignación lo que salva la retórica de Montalvo”, dijo.
Soy de los que creen que Montalvo sigue siendo actual; por ello les comparto un fragmento de esta gozosa página de Las Catilinarias escrita en 1880:
«Y este cumplido troglodita (Ignacio de Veintemilla) está haciendo una cruel amenaza a los ecuatorianos, “Me he de ir, dice; me he de ir a Europa en donde saben apreciarme: Ingratos, me he de ir; en Francia me quieren; en Inglaterra conocen y reconocen mis méritos; en Alemania tengo vara alta; me he de ir”. Llorad ecuatorianos ¡se va! Derretíos en lágrimas, se fue. (…) Vosotros periodistas; vosotros jueces; vosotros profesores y catedráticos, llorad. Llorad, ya no tendréis quien os confisque vuestra imprenta; quien castigue vuestra justicia; quien os reprenda vuestra enseñanza: llorad. Llorad sastres, carpinteros, zapateros: vuestras hechuras no os serán defraudadas. Estudiantes, llorad: se va don Alfonso el Sabio, se va Santo Tomás de Aquino. Poetas, se va Mecenas, se va Luís XIV. Llorad agricultores, se va el protector del trabajo y la industria. Maestros de escuela, llorad: se va el dueño de vuestras rentas, se va. Matronas de alta guisa, llorad, se va el yerno codiciado. Se va el Amor, el Genio de los fantásticos placeres. Llorad Musas, se va Apolo. Pan del hambriento, vino del sediento, vestido del desnudo, qué no era ese San Carlos Borromeo ceñido de invicta espada. Se va el rey, se va el papa, se va nuestro padre y madre: llorad, lloremos. ¿Qué llanto es ese que inunda los ámbitos de la nación? Lloran los hombres, lloran las mujeres, se fue… No lloran porque se va, sino porque no se quiere ir; lloran los cobardes cuando lo que deben hacer es alzar el brazo y dar al través con ese malvado tan sin fuerza contra un pueblo pundonoroso y valiente». (Montalvo dixit).