No me refiero al aporte de la ‘inteligencia’ ecuatoriana para capturar al narco mexicano ‘El Chapo’, lo cual dice bien de ella. Pero lo que vive México con el narcotráfico puede ser el destino del Ecuador.
México es un Estado gigante con pies de arcilla. Débil de hecho porque reposó sobre la coerción, la cooptación y control de los caciques locales, y el cinismo como modo de comunicación y ejercicio del poder. No fue la vitalidad de la sociedad civil que le dio vigor. Al contrario, estuvo incluso contra las organizaciones sociales o creaba otras que le sean adeptas. El todo Estado, con fuerte control de los poderes locales y de los oponentes, de la sociedad y los conflictos, se miró a sí mismo creyendo que ese sistema era el viable y que la vida comenzaba y terminaba en ese Estado controlado por la élite de un partido.
La sociedad al ser desarticulada o minimizada, se volvía dependiente de poderes fuertes. Fue el terreno propicio para el éxito de poderes paralelos, aún más de un poder de tanto dinero como el narcotráfico.
El poder narco se ha apropiado de parcelas de la sociedad para convertirse en poder paralelo al Estado, le disputa su capacidad de decidir y de controlar. Crea sus propias normas de vida y ‘leyes’, su ejército y policías o compra a los existentes, como lo hacen en otros países de Centroamérica, las bandas de ‘maras’, precisamente en donde el Estado no se articula con la sociedad o la debilita.
El narcotráfico desarticula el trabajo, devalúa los valores o nexos sociales, al ser más rentable que el trabajo corriente y volverse atrayente, siendo sin embargo un mundo regido por la violencia o la clandestinidad. Difunde el consumo interno (‘menudeo’) sobre todo para que niños y jóvenes se vuelvan dependientes de la droga y así se legitime el narcotráfico, sea indispensable, difuso.
También es destructor de la sociedad que el lavado de dinero narco se apropie de bancos o compre empresas productivas, en todas partes. Precisamente, sorprende ahora el silencio ecuatoriano ante la creciente compra de empresas del sector de alimentos por entidades mexicanas, por ejemplo.
Cuando este sistema narco se implanta y disputa el poder del Estado, es el regreso a la edad en la cual -con espada en mano- reinaron diversos señores. Uno busca el mayor protector, el más poderoso, pensando así ser mejor protegido. El Estado pierde ante la coerción, al no responder con la sociedad, gana el poder paralelo. Ahí, no hay espacio para deliberar, se impone la búsqueda de protección que pasa por el silencio. La dinámica de la sociedad civil desaparece, gana la imposición y el silencio para vivir.
Esta realidad no se la ve como una prioridad a enfrentar, una causa nacional a crear. Exige que el Estado no sea el gran hermano, sino que aprenda el valor de la sociedad organizada y articulada, para evitar la ley de la selva de los poderes paralelos.
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