Hay una señal de tránsito que me cambia el genio. Y los días que estoy hipersensible, de plano, me amarga la vida. Porque esa señal resume todo –o mucho de– lo que somos como sociedad; esa señal me confirma a gritos, cada dos cuadras, nuestra imposibilidad crónica de convivir sin agredirnos, nuestra incapacidad moral de respetar la ley. Esa señal es el paso cebra.
A medida que pasa el tiempo mi relación con el paso cebra se va haciendo más tortuosa; igual cuando voy a pie, que cuando voy en auto. El malestar se repite como una pesadilla recurrente en la que yo manejo mi auto y cuando veo un paso cebra y junto a él una persona que está intentando cruzarlo freno para cederle el paso. Tras este gesto, invariablemente: a) el conductor del auto de atrás escapa de írseme encima y frena a raya porque jamás se le ocurrió que alguien en auto pudiera frenar en un paso cebra para dejar cruzar a alguien que va a pie; b) me pita con un frenesí merecedor de alguna causa mejor; c) me insulta a gritos y me hace malas señas, que veo por el retrovisor, y que por lo general también respondo, cerciorándome con un ojo de que el o la agresora me vea y con el otro ojo me aseguro de que la persona a la que le cedí el paso haya terminado de cruzar la calle; d) todas las anteriores. Casi siempre es d.
Es tan frustrante arriesgar no solo la integridad física (mía y de mi auto), sino la paz mental, por transitar en la calle, que he pensado pegar en la ventana de atrás un ‘sticker’ que diga: “Mantenga su distancia, freno en los pasos cebra”; y también un pequeño letrero que pueda sacar por la ventana en el que le explique al conductor de atrás que estoy frenando antes del paso cebra porque la ley así lo manda, pero, sobre todo, porque los peatones también son seres humanos que tienen derecho a circular por la ciudad y a cruzar la calle, aunque le resulte increíble (y además quisiera hacerme un letrero para peatones que diga: “El peatón siempre tiene preferencia aunque no siempre tenga la razón”; a ver si aprenden a cruzar la calle también).
Exageraciones aparte, la reciente medida tomada en la calle González Suárez grafica mejor la gravedad del asunto. Hace unos meses, el Municipio señalizó de tal manera la calle que era de suponer que la gente motorizada iba a empezar a respetar al peatón. Error. Es tal el irrespeto que hay gente que vive en esa calle que debe tomar un taxi (según un testimonio del periódico barrial Unostres) o salir en su auto para cruzar a la vereda de enfrente. No miento; es de la vida real.
Hace como dos semanas, el mismo Municipio tuvo que poner unas Bandas Transversales de Advertencia (rompevelocidades) antes de los pasos cebra para ver si persuaden a los conductores de reducir la velocidad y ceder el paso. Algo así como poner un semáforo antes del semáforo para que respetemos el semáforo. Sinceramente, no es de dios.