Difícil desentrañar los múltiples problemas relacionados con el transporte en Quito. Y, monotemáticos como somos, tenemos al inasible metro entre ceja y ceja, sin reparar en otros aspectos que son mucho más graves, pero que la pereza mental nos impide, señalar, denunciar y finalmente solucionar. Uno de los peores es la contaminación por esmog que padecemos calladitos –pegue patrón– sin alarmarnos por su nocividad (mucho mayor a la de pasar atrapados por horas cada día en un carro).
Que levante la mano quien no haya sido envuelto por una cortina espesa y asquerosa de humo negro salida del escape de un bus en la última semana, ya sea yendo a pie –situación en la cual la afrenta es mayor– o en auto.
¿Pueden imaginar una señal más clara de subdesarrollo?
Ustedes, que son bien viajados, saben de sobra que ni en Europa ni en Estados Unidos la gente es sometida por sus autoridades a semejantes ingestas de emisiones de residuos de hidrocarburos; porque el esmog mata. En marzo del 2010, este Diario publicó los resultados de una investigación que llegó a la conclusión de que el esmog nuestro de cada día: atrofia el crecimiento fetal, aumenta el riesgo de neumonía en niños, influencia en la pérdida de memoria y produce mutaciones que causan cáncer de seno y de pulmón.
La alerta está prendida en todo el mundo porque el peligro es obvio. Por ejemplo, el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad de España también está mosqueado por haber encontrado evidencia de una mayor incidencia de cáncer de pulmón en zonas de alta contaminación atmosférica.
Pero con toda la información disponible, ni el Municipio ni el Ministerio de Salud ni el ente responsable de la calidad del diésel y la gasolina ni la Agencia Nacional de Tránsito parecen darse por enterados. No han declarado una emergencia ni hecho cada uno lo que le corresponda para solucionar este problemón de salud pública que, además, nos cuesta un montón de plata en atención de enfermedades fácilmente prevenibles.
El estudio del 2010 decía claramente que las emisiones vehiculares de hidrocarburos poliaromáticos, provenientes sobre todo del diésel, en Quito eran en ese momento 40 veces mayores a las máximas permitidas por la Organización Mundial de la Salud. Y casi cinco años después los buses siguen lanzando a mansalva sus gases asesinos; mientras, en la revisión vehicular muchos autos no pasan por un desajuste menor. ¿Cuál será la lógica?, ¿con quién será de hablar para que nos explique?
Entre tanto, los quiteños estamos aquí devanándonos los sesos por el metro: ¡nuestro único problema! Ya ven, esa es Quito, la sexi candidata a maravilla del mundo (invento marketinero donde los haya): una feucha anoréxica, con halitosis y sin la inteligencia mínima para solucionar sus problemas más básicos y obvios. Pobrecita ella; pobrecitos nosotros.