El último mes he convivido, dos veces a la semana, con un hombre ilustradísimo que entre muchas otras cosas me ha enseñado la expresión: “marxistas de manual”, para referirse a la gente que dice saber de qué va el materialismo histórico y que supuestamente trabaja por la superación del capitalismo para llegar al socialismo o al comunismo, pero que en realidad no entendió nada, y que si leyó a Marx hace de su teoría una caricatura que da más pena que risa. Y sí, pasa con los marxistas –que se han dado por retoñar como hongos en tierras húmedas–, pero no solo con ellos. ¿Cuántos de nosotros no nos hemos aprendido alguna receta o un credo, de cualquier cosa, y vamos por la vida haciendo el papelón con nuestras militancias de manual?
Los hay ecologistas, vegetarianos/veganos, políticos, cultores del ‘fitness’ y la salud, omnívoros ‘bon vinvants’, revolucionarios, madres y padres todopoderosos, espirituales/religiosos, activistas de la lactancia, o de la adopción de perros y gatos, o del aborto o el no aborto, o por el fin de la tauromaquia o su reivindicación, conservadores, liberales o de la tercera vía –lo que sea que esto último signifique–. La mayoría, personas que predican lo que aún no se ha hecho carne en ellas mismas; y es de ahí de donde les nace la necesidad de predicar. Porque quien practica de verdad una forma de vida no tiene para qué andar echando el cuento a nadie. Vive y deja vivir.
En fin, motivos no faltan y gente dispuesta a militar, con la lección aprendida de memoria, tampoco. Por si acaso no estoy criticando el compromiso que cualquiera puede sentir con una u otra causa; solo me intriga lo fácil que es pasar del discurso coherente, válido y consecuente a la cantaleta (insufrible). Échense un sábado en la mañana a ver la televisión nacional y luego compartimos opiniones sobre los revolucionarios de manual que hacen las delicias del público en esa franja horaria.
A un (inserte aquí el sustantivo que prefiera) de manual se lo reconoce por la forma de expresarse. Utiliza términos de la jerga del grupo o la práctica que representa; como si la utilización de términos rebuscados convirtiera lo que dice en verdad revelada. Para alguien que tiene un manual como libro de cabecera, seguramente así será. Un marxista de manual, por ejemplo, sacará a colación cada dos por tres los conceptos: lucha de clases, valor de uso y valor de cambio; siempre dejando claro a sus conocidos, ¡horribles burgueses!, que los desprecia profundamente.
Porque esa es otra cosa, a estos señores/as de manual les une, indefectiblemente, la autoridad moral. Qué seguros están de lo que dicen y con cuánta ampulosidad lo dicen.
Lo penoso, y también gracioso –tampoco es para ponerse solemnes–, es que todos caemos en esta trampa alguna vez. Obsecuentes con un credo, vamos repitiendo frases hechas, verdades de Perogrullo o ideas delirantes; haciendo, ridículamente, honor a un manual.