Si estuviera aceptado por el Comité Olímpico Internacional como deporte, en cada competición disputaríamos el oro. Es que somos casi imbatibles a la hora de hacernos los pendejos.
Hacerse el pendejo o la pendeja es una de las primeras cosas que aprendemos en este país, porque es la única manera de no volverse un indeseable; o de eso nos hemos convencido. Entonces, empeñados en dominar la técnica, y en romper todos los récords, veamos lo que veamos, sepamos lo que sepamos, no decimos ni pío. La mejor opción es siempre hacerse el que no es con uno. O como decían antes: “Allá entre blancos”.
Pero resulta que no, que sí es con uno (a veces con la plata de todos, que es también la de uno) y que lo que parece que solo está pasando ‘allá’ está afectando aquí también.
Si somos sinceros, todos sabíamos de algún conocido que estaba beneficiándose de forma ilegal en la administración pública (gobierno central o gobiernos locales). Es imposible no darse cuenta de la prosperidad exprés de algunos en los últimos años.
Así que si supimos y no dijimos nada, si optamos por hacernos los pendejos, no nos rasguemos las vestiduras ahora ni nos infartemos ante la inmundicia que se está revelando ante nuestros ojos, como si la viéramos por primera vez. Hemos convivido con ella siempre, desde que tenemos memoria; claro que ahora es más pestilente que nunca.
Que hayamos vivido de esta manera desde tiempos inmemoriales no quiere decir que tengamos que seguir haciéndolo, si es que de verdad nos asquea tanto. Porque también existe la posibilidad de que nos hagamos los pendejos porque estamos a la espera de que nos toque a nosotros el turno de medrar, y que los vecinos nos devuelvan el favor del silencio. Aunque suene horrible, es una opción.
Pero si de verdad queremos dejar de malvivir, una manera de romper el círculo vicioso (nunca mejor dicho) es empezar a hablar con los más jóvenes -que quizá aún puedan cambiar algo- y hacerles notar que vivir en medio de la podredumbre y hacerse el que no pasa nada no es normal ni deseable.
Porque no es normal que los papás de un compañero de estudios que hasta hace poco no tenían para pagar la pensión del colegio ahora le compren un auto de lujo al chico, le pongan departamento de soltero y vacacionen en Europa (familia completa) por semanas. Como tampoco es normal que burócratas, recién graduados, de 28 o 34 años tengan carros, departamentos y todo tipo de lujos impensables para la mayoría.
Empecemos a desentrenarnos en este deporte nefasto. Es decir, empecemos a hablar de todo eso que no es normal (que es delincuencia a secas) que pasa a nuestro alrededor, con nuestros conocidos, y a veces, dolorosamente, con nuestros amigos y nuestra familia. Más claro: dejemos de hacernos los pendejos.