En este 1 de Mayo en que la crisis que envuelve al Gobierno de Alianza País tras la caída de los precios del petróleo, la solución más sencilla sería decir “estuvimos equivocados en varias cosas y queremos enmendar, vamos a pedir disculpas para empezar un proceso de diálogo nacional”. Pero sabemos que eso nunca va a pasar. Se trata del Gobierno más infalible de la historia que, tras tantas acciones autoritarias, ha cruzado el río y ha quemado los barcos. De eso no hay duda.
Lo terrible de estos años es que el resto de ciudadanos –organizados o no- no hayamos aprendido nada. Que sigamos profundamente divididos por sectarismos, individualismos y narcisismos. Que ni siquiera haya un proyecto de izquierda, sino ‘izquierdas’, ni un proyecto de derecha no de ‘derechas’; que ni siquiera puedan sentarse todos los que quieren una consulta popular en una sola mesa.
La división es la mejor carta que tiene la mal llamada ‘revolución ciudadana’. No es casual que medios públicos y sabatinas insistan en ridiculizar encuentros de la izquierda con la derecha. Ese es el camino para quedarse en el poder, convencernos de que es anatema cruzar los colores de Pantone a los que pertenecemos, cuando lo que está en juego es la democracia como sistema político y el capitalismo como sistema económico. Y ni siquiera en estos dos pilares fundamentales podemos ponernos de acuerdo.
En cuanto al sistema político, es claro que tenemos un caso de autoritarismo competitivo donde se cumplen todas las formalidades de una democracia, que en términos reales es inexistente, ni siquiera en su acepción más elemental.
En cuanto al sistema económico, el tema es aún más grave. El problema con el coqueteo de la ‘revolución ciudadana’ con el socialismo estilo venezolano o similares es que termina minando la salud de un capitalismo competitivo en su variante nacional.
Parece que se olvidaron de leer a economistas como Stiglitz, que señalan que la confianza –dadas las desigualdades en información- es un factor tan elemental de desarrollo como el capital o el trabajo. Y aunque el socialismo nunca se termine de instalar, la falta de confianza se vuelve tan grave que cualquier cambio interno o externo termina golpeando la viabilidad del sistema. Difícil poner las cosas en este sentido, cuando una parte de la izquierda en el Ecuador, incluidos algunos sectores de Alianza País, sigue pregonando que la meta es el poscapitalismo o el fin del capitalismo como lo conocemos, sin decir claramente cuán dolorosos y traumáticos han sido los ensayos hacia estas utopías.
Un poco más de humildad de todos los actores políticos y sociales es lo primero que se necesita para construir un consenso mínimo: 1) sobre la necesidad de la democracia, incluido el respeto sin ambages a los derechos humanos y; 2) sobre la salud de la economía contemporánea, ojalá con una fuerte dosis de redistribución que corrija siglos de desigualdad.