Albert O. Hirschman fue, tal vez, el último gran economista de la estirpe de los “filósofos mundanos” (como les llama Robert Heilbroner). Hirschman –al igual que Smith y Marx– trabajó sus propuestas de reforma a partir de las ideas de la filosofía y la literatura. Hirschman tomó las suyas de Maquiavelo y La Rochefoucauld.
De Maquiavelo, a quien comenzó a leer desde lo 20 años, aprendió que era infructuoso buscar grandes leyes o principios que gobernaran la historia. El individuo es quien forja la historia y no al revés. Pero las decisiones de esos individuos no eran óptimas sino imperfectas, tomadas en condiciones adversas, con información muchas veces distorsionada.
Por eso, Hirschman creía que el modelo económico y social ideado por Adam Smith –basado en el interés supuestamente racional de las personas– buscaba, más bien, liberar al individuo de sus pasiones, emociones extremas, capaces de nublar el entendimiento la gente y provocar injusticias inimaginables.
Pero aquella proposición sobre la infalibilidad del interés personal también fue escarnecida por La Rochefoucauld. En vez ser un estímulo para el progreso de la sociedad, legitimar el interés propio sólo hacía más cruel y violenta la vida en sociedad, decía el aristócrata francés.
Hirschman padeció los rigores de la Segunda Guerra Mundial –peleó en la resistencia antifascista– y se dio cuenta de las terribles consecuencias que producían los totalitarismos. No estaba, por tanto, a favor de un sistema centralmente planificado que entregara el manejo económico a un partido único que tomara las decisiones al antojo de un dictador. Tampoco creía en las soluciones basadas en el mercado exclusivamente.
Vivió en Colombia –hablaba español con fluidez– y conoció con detalle la situación de América Latina, donde hizo grandes amigos como Octavio Paz, Guillermo O’Donnell o Fernando Henrique Cardoso. Esa y otras experiencias le sirvieron para escribir una de sus obras más importantes y complejas también. Se trata de “The Passions and the Interests”, un tratado sobre las ideas que construyeron al capitalismo. De ese libro Hirschman desprende un principio que articuló buena parte de su trabajo intelectual: que para que funcione correctamente, un sistema económico necesita de dos elementos que son antagónicos entre sí: el poder y la participación. La búsqueda permanente de un equilibrio entre esos dos elementos es la clave para alcanzar un desarrollo sostenido.
El proceso de concertación formulado el Gobierno podrá ser analizado a la luz de las ideas de Hirschman. Poder y participación se mostrarán en escena como pocas veces. El resultado que arroje ese proceso dependerá, como siempre, de que cada participante busque un punto medio entre sus pasiones y sus intereses.