Una balanza de pagos entra en crisis cuando las reservas internacionales de un país resultan insuficientes para mantener el tipo de cambio en un precio o en un rango de precios determinado. Esto ocurre cuando los agentes económicos empiezan a cambiar incesantemente moneda nacional por moneda extranjera –con el dinero local compran dólares, por ejemplo– porque creen que se producirá una devaluación y quieren evitar que su patrimonio pierda valor. (A este fenómeno se le conoce como “ataque especulativo”. El más famoso ocurrió en septiembre de 1992, cuando George Soros vendió una posición gigantesca de libras esterlinas y precipitó el colapso de esa moneda).
¿Cuándo se producen los ataques especulativos? Cuando se presenta al menos una de estas dos situaciones: (1) Cuando la deuda pública ha alcanzado niveles tan altos que el hecho de servirla amenaza la liquidez de la economía. (2) Cuando la rigidez laboral, el desempleo y la recesión son tan graves que solo una devaluación puede provocar una caída inmediata del salario real y promover la competitividad.
Esto quiere decir que, al final de cuentas, las crisis de balanza de pagos no se producen por factores ajenos al control de las autoridades, sino porque ha habido un mal manejo de las finanzas públicas y porque se han tomado medidas que han afectado sistemáticamente la competitividad de un país.
Los shocks externos –como la caída del precio del petróleo– no son la causa de las crisis de balanza de pagos. Esos shocks acentúan la vulnerabilidad latente del sector externo y la hacen más visible.
Es que no hay balanza de pagos ni formato cambiario –llámese tipo de cambio fijo, flotación libre o controlada– que resista un endeudamiento desproporcionado o la pérdida sistemática de competitividad de una economía. Este fue el hallazgo principal de un grupo de economistas liderados por Paul Krugman y Maurice Obstfeld, hace ya 36 años.
Sin embargo, acá insistimos en echarle la culpa al mundo de lo que ahora nos está pasando, siguiendo los dictámenes de esa cultura tercermundista que tanto daño nos sigue haciendo y que, trágicamente, tiene tantos adeptos en el país.
De lo anterior se desprende que para evitar una crisis en balanza de pagos, el Ecuador debe atacar dos frentes: debe reformar sus finanzas públicas (lo que no solo significa bajar gastos) y debe promover la competitividad de su economía, haciendo un énfasis especial en el sector exportador.
En ambos capítulos es posible adoptar medidas inmediatas que permitan desterrar, de una vez y para siempre, rumores injustificados sobre la viabilidad de nuestro formato monetario y que circulan precisamente porque todavía no se ve una conducción económica adecuada a las nuevas circunstancias en las cuales vivimos.