Si, “insólita” ha sido la expresión utilizada por representantes de varios países del sistema interamericano, de uno y otro bando, para calificar un nuevo e innecesario incidente creado dentro de la equivocada cruzada emprendida por el Secretario General de la OEA respecto de la trágica situación que atraviesa la democracia en Venezuela.
Esta vez, en la sede de la organización en Washington, se ha llevado a cabo la semana pasada un evento sin precedentes. Luis Almagro, su Secretario General, ha facilitado uno de sus más solemnes salones y ha participado, con discurso incluido, en la instalación de los nuevos magistrados del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) de Venezuela, elegidos legítimamente por la opositora Asamblea Nacional de ese país en julio pasado y que no habían podido hacerlo por la supresión de sus atribuciones mediante truculentos mecanismos implementados por el ejecutivo del presidente Maduro, y, además, por la reciente elección de una Asamblea Constituyente gobiernista que se encuentra en pleno funcionamiento y con todos los poderes.
Un acto así, que corresponde exclusivamente a la política interna de un país aún miembro –Venezuela anunció su separación de la OEA pero todavía no se ha hecho efectiva- no podía de ninguna manera realizarse en la sede del organismo internacional del cual Almagro es solo un funcionario y del cual forman parte treinta y cinco estados con diferentes posiciones sobre éste y otros temas.
Es por tal razón que no han faltado países miembros que han calificado este hecho como “insólito” incluyendo no solo aquellos cercanos al gobierno de Maduro sino muchos que son sus detractores.
Este provocador gesto de la OEA de Almagro no hace sino traer mayor descrédito a la alicaída Organización Interamericana que ha sido incapaz de encontrar puntos de encuentro para dar una salida al conflicto venezolano, como es su obligación, y no más confrontaciones como aquella torpe exclamación tras la última Asamblea de que “hemos logrado aislar a Venezuela”, cuando su deber era lo contrario, atraerla para negociar soluciones.
Instalar el TSJ en la OEA y precisamente en Washington no es sino darle alas a Maduro quien, una vez más, descalificará a la Organización y al “imperialismo” estadounidense. Si la intención con este acto era llamar la atención sobre lo que sucede con la democracia en Venezuela, el resultado ha sido un fracaso. Este legítimo Tribunal, resultado de lo que penosamente acontece en ese país, no tiene ninguna capacidad de acción y si quería hacerse su instalación simbólica, ésta debió realizarse en la propia Venezuela o en algún otro país de la región, pero no en la OEA y peor en Washington. Otro desliz de la errática gestión de Almagro.