Mi amigo y colega en esta página, doctor Juan Valdano, es uno de los intelectuales más sólidos con que cuenta el Ecuador actual. Este reconocimiento y el respeto que guardo a su obra no han impedido, sin embargo, que dos o tres veces yo haya discrepado de sus opiniones y propuestas conceptuales. Esta es, precisamente, una de esas discrepancias: será imposible fundamentarla adecuadamente en el limitado espacio del que aquí dispongo, pero no puedo dejar de hacer alguna observación al respecto.
Que la lengua sea la columna vertebral de una cultura y que en ella esté expresada la visión del mundo y los valores que un pueblo va construyendo en el tiempo es, desde luego, una idea cuya evidencia casi palpable no se puede discutir, aunque hay casos difíciles como aquel de las lenguas que son habladas como maternas por más de un pueblo, o aquel otro de las naciones que integran a varias culturas. Que en esa idea se encuentre la raíz de lo que durante mucho tiempo hemos llamado nación, es sin embargo una tesis que no podemos seguir manteniendo. En rigor, su origen se encuentra en el pensamiento romántico, que representa en la historia de Occidente el segundo momento, por decir así, del ascenso de la burguesía –un ascenso que, como todo el mundo sabe, comenzó en la Ilustración. No en vano el propio doctor Valdano ha citado a Herder, que fue quizá el primero que intuyó algo así como el “espíritu nacional”. Aquel pensamiento fue, por lo demás, el instrumento ideológico para la construcción del Estado-nación, y la idea de la “cultura nacional” sirvió para cohesionar a los pueblos que fueron incorporados a ese nuevo tipo de organización política, una vez que la monarquía fue desplazada.
En el siglo que quizá no hemos acabado de dejar completamente, el nacional-socialismo resucitó aquellas ideas para fundar en ellas sus aspiraciones de dominación. Todavía no olvidamos el cartel de propaganda que, junto a la imagen de aquel loco que convirtió a Alemania en una ruina, se leía: “Ein Volk, ein Reich, ein Führer” o sea, “un pueblo, un imperio, un caudillo”.
Pero el concepto de Estado-nación ha entrado ya en decadencia. Como Bolívar Echeverría ha hecho notar con agudeza, los protagonistas de la vida internacional no son ya los Estados nacionales, sino los organismos supranacionales (ONU, BM, FMI, OIT, OMC, etc.). Y en lo que a nosotros respecta, el reconocimiento constitucional de la plurinacionalidad ha puesto en solfa el valor mismo del concepto de nación, puesto que su único valor parece ser el de definir la relación de los individuos con el Estado, sin que para ello se tenga en cuenta para nada la lengua que habla cada cual.
El concepto de nación, por lo tanto, ha perdido ya sus connotaciones culturales y lingüísticas, y ha reducido su dimensión a lo político. Justamente el que ha tenido para que los pueblos indígenas se convirtieran en sujetos de la historia. Esto y más he escrito hace poco en un librito que estoy a punto de acabar.
ftinajero@elcomercio.org