Entre las interminables luchas pacíficas que libró Mahatma Gandhi (1869-1948) figura la emblemática marcha de la sal, que buscaba derogar el impuesto que el imperio británico había aplicado a los habitantes de la India que, de manera personal, obtenían su propia sal después de un proceso artesanal de evaporación del agua del mar. Sin lanzar una sola piedra, sin un solo grito, Gandhi recorrió a pie 300 kilómetros con el único objeto de quebrar el monopolio estatal sobre ese vital producto.
Esa fue la única y la más eficaz acción de combate que tuvo el pensador hinduista hasta que fue asesinado. Fue apresado en muchas ocasiones, perseguido, respondía con huelgas de hambre. Su principal arma fue su condición moral, su prédica con el ejemplo, su manera austera de vivir, y todo sin ambiciones personales. Para liberarse de la violencia, decía, es mejor hacerlo con la no violencia. “La violencia es el miedo a los ideales de los demás”, así pensaba él.
Cuando el miedo llega y es un referente todo comienza a ser diferente. Hay dos posibilidades con esta palabra, no más que dos: perderlo o entrar en pánico. Es lo que se vio en estos días en varias ciudades del país. Los que perdieron el miedo salieron a las calles, los que entraron en estado de pánico también salieron.
En medio de estas dos vías no podía faltar la paranoia; es decir, las interpretaciones erradas del propósito de las manifestaciones que, a mi entender, mientras se desarrollen de forma pacífica no tienen por qué asustar a nadie.
El error más grave que se está cometiendo, lo cual puede generar reacciones de impredecibles consecuencias, es que se insista en ir a protestar en el mismo sitio.
Las calles, las plazas y los parques son públicos. A nadie se le puede prohibir su derecho a expresar lo que se siente.
La misma Constitución consagra el derecho a la resistencia dentro de una sociedad diversa que ha cambiado, que ahora usa todas las herramientas tecnológicas para autoconvocarse y esto lo debería tener claro el poder político.
¿Por qué existe tanto temor a perder el poder? Hay muchísimas explicaciones para este fenómeno que es universal, pero también depende del grado de madurez política de los líderes que alcanzan el poder. El ego, según los entendidos, está muy relacionado con el miedo, el temor a perderlo todo. El pánico a la soledad del poder es real y muchas veces dramático.
Soy de los que cree que más allá de lo público sí hay vida y por eso no hay que temer a la voz que sale de las calles y de las multitudes.
La vida no se termina con una elección perdida, al contrario, son lecciones que permiten madurar emocionalmente; por eso me permito citar a José Saramago que nos dejó esta idea: “La derrota tiene algo positivo: nunca es definitiva. En cambio, la victoria tiene algo negativo: jamás es definitiva”.
@flarenasec