¿Ciudadanos o consumidores? ¿República de hombres libres o bazar de facilidades y subsidios? ¿Sociedad civil o masa con apetitos? ¿Pueblo soberano o público espectador? ¿Democracia participativa o espectáculo de masas?
Me pregunto, y aún me asombro, pese al hábito que vamos adquiriendo de mirar cosas extraordinarias. Y me inquieto porque las respuestas ni satisfacen las dudas, ni llenan las expectativas, ni sugieren un horizonte de posibilidades más allá de la coyuntura económica. Me pregunto -y creo que hay derecho a preguntarse- si pese a todo, aún persistimos en las ilusiones que alimentó la teoría democrática. Me pregunto, por qué el Estado de Derecho se ausentó sin fortuna y se despidió sin drama y en silencio, y por qué nació, en su lugar, el Estado Constitucional en el cual, paradójicamente, la vigencia y la militancia por los derechos individuales se han hecho tan inciertas; por qué cada día otras teorías derogan las innumerables ilusiones que alimentó la idea del progreso indefinido, y edificó el confuso entusiasmo, y la gran equivocación, de creer que el destino del mundo apuntaba hacia la plenitud de la felicidad política.
¿Ciudadanos o consumidores?, me pregunto. Dudo, no descalifico ni me anticipo, pero si advierto la distancia entre esas dos formas de ser, porque el crecimiento económico, el sustancial despegue de la clase media y la portentosa capacidad de información, no han permitido el paralelo desarrollo de instituciones políticas. Y la “nueva sociedad” sigue sometida a los cánones de viejas dependencias y de antiguos temores.
¿Ciudadanos, vecinos o adversarios?, me pregunto cuando veo la ciudad colapsada por el tráfico y abrumada por la conducta de nuevos ricos y antiguos pobres, engreídos y suficientes; cuando veo el deterioro del paisaje, el empobrecimiento de la cultura y la “prosperidad” de la chabacanería que nos invade; cuando veo la anulación de la sencillez y la pérdida de vinculación con las raíces; cuando veo que la publicidad ha reemplazado a la reflexión y la propaganda ha sustituido al pensamiento.
¿Ciudadanos o consumidores?, porque veo el creciente deterioro del sentido de vecindad, el “quemeimportismo” con los bienes comunes y el egoísmo cerril que marca las conductas de no pocos individuos.
Pese al predominio del consumidor sobre el ciudadano, pese a la proscripción de la crítica y al imperio creciente del acomodo, pese a todo, aliento la esperanza de que la sociedad transite, alguna vez y sin tropiezos, hacia la ciudadanía verdadera, hacia la revalorización del viejo y permanente concepto de República, entendida no como el Estado interventor, sí como el espacio en el que cada cual, cada mayoría y cada minoría, ocupe el sitio que su dignidad le franquea.