Ya se produjo entendimiento del Gobierno de Colombia con los miembros de Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC); y se inicia un principio de entendimiento también con otra fuerza militar denominada Ejército de Liberación Nacional (ELN).
Bien hizo el Presidente Santos al consultar a la ciudadanía el resultado con FARC, pues se vio que quienes estaban a favor del no –llámese guerra o como quieran- básicamente eran los habitantes de las ciudades, cuya seguridad personal en la práctica, fue mayor. En cambio, los colombianos que habitan las zonas del conflicto y sufren las consecuencias, votaron por sí.
Suponemos que el retorno a normalidad, o algo que se le parezca, deberá demorar, pues los ciudadanos que votaron por el no evidentemente están animados por la pasión colérica; muchos, en un estado pasional de odio, comprensible dados los excesos cometidos por miembros de FARC, pero sobre todo –unos y otros- afectados por el estado pasional de la venganza.
Consideran, bajo esa influencia, que la solución debe incluir a los dirigentes de FARC “tras las rejas”, por delitos de lesa humanidad, aunque ellos personalmente no los hayan cometido.
Esta pasión requiere descarga del potencial colérico subyacente; y la creación y progreso de una especie de “proyecto” que satisfaga el deseo de dominio, de modo seguro, de expiación por los hechos cometidos, sin que se llegue a los extremos que vemos en otros países: la pena de muerte. Poco a poco la necesidad de satisfacer la venganza se difiere; y puede ocurrir que esa actitud se estratifique y origine múltiples meditaciones y nuevos planes más factibles, a la vez que disminuya, lentamente, la agresiva tendencia que la anima. De la pasión del odio al amor hay un puente: en este caso, el puente es el amor por Colombia y por su suerte como país.
Cuando nos enseñaron Psicología Jurídica en nuestra querida Universidad Central, tomamos nota –que esperamos sea correcta- de esta enseñanza: Seguramente el puente que permitirá el paso del odio hacia el amor, será la suerte de la patria. Si es real que el odio engendra el amor y si se ha visto en la práctica esa transformación pasional en no pocos casos, ha sido al cabo de un amplio periodo existencial.
Si hablan las armas, la contienda continuará: el poder político ordenará que los militares maten a los guerrilleros, sin considerar que son colombianos; y los guerrilleros matarán soldados y civiles, etc. también colombianos.
Que han muerto ya 250 mil en 52 años de conflicto, debe importar definitivamente, a menos que la vida de los colombianos no importe nada a los involucrados en estas negociaciones, lo cual tiene un claro sabor de absurdo y cruel, así como dañinos efectos no solo en el campo humanitario, sino también en el progreso económico de Colombia como Nación.