En América Latina, los últimos años solo se le ha ganado una batalla al neoliberalismo pero no se lo ha vencido. Menos aún se ha atacado en su raíz al capitalismo. Para hacerlo, es necesario conocer la realidad desarrollando las ciencias sociales con seriedad, con sentido crítico y sin dogmatismos.
Nuestro compromiso es, por ello, trabajar en una ciencia social que no solo explique la situación del país y de América Latina con sus luchas populares y nacionales, sino que se involucre con ellas y acompañe a sus actores fundamentales en la construcción de la democracia radical. Desde nuestras profundas diversidades, desde la raíz popular, debemos levantar un futuro de unidad nacional y continental.
Uno de los espacios en donde se desarrollan las ciencias sociales, quizá el más propio y pertinente, es el de las instituciones de educación superior. Pero la universidad latinoamericana solo podrá cumplir su misión si se piensa a sí misma, cuestionándose desde dentro, deconstruyéndose una y otra vez.
La universidad ha acompañado toda la historia social de nuestro continente, y la autocrítica ha sido uno de los fuertes de nuestras instituciones superiores. Ahora en el Ecuador estamos abocados a volver sobre ese ejercicio, puesto que afrontamos el desafío de una nueva reforma de las instituciones superiores.
Pero esa reforma, que parte de una crítica necesaria de una realidad que en muchos aspectos es negativa, se plantea lamentable desde el sector oficial con la implantación de un sistema superior funcional al poder y al capitalismo del siglo XXI, en el que se niega la autonomía universitaria y se trata de implantar un modelo de modernización refleja que pretende imitar, a destiempo y fuera de contexto, realidades foráneas.
Tal parece que los grandes aportes del desarrollo de la Universidad Latinoamericana, que lúcidamente pensaron Cornejo Polar o Darcy Ribeiro, ya no cuentan. O que hemos clausurado la Universidad de la Patria de Alfredo Pérez Guerrero, la Universidad para el pueblo de Manuel Agustín Aguirre, o la Universidad sede de la razón de Hernán Malo, para solo mencionar unos pocos de los grandes orientadores de nuestra educación superior.
Frente a ello, algunos universitarios ecuatorianos hemos planteado que existe voluntad para una radical reforma, que la apoyamos activamente; pero que creemos que debe enmarcarse en la tradición de autonomía y compromiso de nuestra universidad nacional y latinoamericana; que tenemos la obligación ética de resistir el intento autoritario de modernización refleja.
La cuestión está planteada. Y demanda una amplia discusión. En este país hay experiencias. Hay un acumulado que puede ser útil. Por ello el debate es necesario. La academia debe recobrar su función crítica. Solo así la universidad será sede de la razón.