Por genética, solidaridad corporativa o conveniencia, el sindicalismo actuó esta vez en tándem: el paro nacional que activó un sector opositor encontró eco también entre los gremios más afines al Gobierno. No había sucedido lo mismo durante la serie de tres huelgas que había soportado antes la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner.
El sindicalismo más cercano a la Casa Rosada abandonó su posición dócil. Antonio Caló, jefe de la CGT oficialista y de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM), dio luz verde para que sus afiliados adhieran al paro. Además, sin diferenciarse en lo más mínimo de Hugo Moyano y Luis Barrionuevo, criticó los alcances del impuesto a las ganancias y dijo que el reclamo “es legítimo”, a pesar de alcanzar únicamente al 10% de los asalariados registrados.
Pero Caló no fue el único que giró: otros referentes de su CGT, a diferencia de los paros anteriores, se quedaron esta vez de brazos cruzados y en silencio. Jamás pensaron en movilizar a su tropa de adherentes para minimizar los efectos de la medida de fuerza. Tampoco aceptaron el transporte alternativo y privado para ir a sus lugares de trabajo ni atacaron retóricamente a sus pares de la oposición argumentando que la protesta tendría fines políticos y electorales.
El paro envió dos mensajes, elípticos y a futuro. Uno, hacia afuera y cuyos destinatarios son los principales candidatos a Presidente. Que el Gobierno que viene tome nota: los huelguistas no solo pretenden que les resuelvan ganancias con la billetera estatal. Demandan, además, un interlocutor directo, permeable a sus reclamos y que sepa escucharlos sin proponer la división para neutralizarlos. Alguna vez, a un grupo de sindicalistas le enrostraron desde el poder: “Con ustedes es difícil, sin ustedes es imposible”. El mero recuerdo a los sindicalistas les levanta la autoestima y sus fantasías de ser parte del poder.
El otro destinatario del mensaje es el propio movimiento obrero. Puertas adentro, los diferentes sectores apuestan a capitalizar el impacto de la huelga para negociar la eventual unidad de la CGT. La alianza de transportistas, que fue la que impulsó de raíz el paro, ya dio señales de avanzar en ese rumbo: entre sus 22 gremios adherentes, conviven moyanistas, barrionuevistas y kirchneristas.
Los diferentes sectores apuestan a capitalizar el impacto de la huelga para negociar la eventual unidad de la CGT.
Detrás de los impulsores del paro se mezcla la política. Casi todos los actores están enrolados detrás de algún candidato presidencial. Moyano coquetea con Mauricio Macri y Sergio Massa, y no le cierra la puerta a Scioli. Lostransportistas se sienten más a gusto con el líder del Frente Renovador, mientras que la cúpula de la CGT oficialista, a tono con el tenso vínculo que la une al kirchnerismo, trabaja para alinear al Partido Justicialista (PJ) detrás de Scioli, su elegido.
“Somos pendulares, un día estamos con uno y otro día con otro”, dijo Caló hace un año, sin ruborizarse de su actitud camaleónica. Otro dirigente sindical, ligado al Estado, confesó: “Nosotros jugamos el segundo tiempo”. El segundo tiempo ya empezó.
Nicolás Balinotti
La Nación, Argentina, GDA