Esta vez, la celebración de la Semana Santa, en conmemoración devota de la Pasión, Crucifixión, Agonía y Resurrección de Jesús de Nazaret, de Jesucristo, se encuentra flanqueada por el derribo de un avión de la línea comercial Germanwings, perpetrado por nadie menos que su copiloto, pese a llevarlo cargado de pasajeros.
En suelo colombiano, la conmoción provino de la fuga, afortunadamente corregida, del depravado autor del asesinato de cuatro niños inocentes, como todos suelen serlo, en el departamento de Caquetá. Por desgracia, se lo miró en principio con cierta indiferencia, como cosa usual de bajos instintos.
Ninguno de los dos atroces episodios carecía de antecedentes de la misma laya. Aquí mismo, en nuestra patria, una nave que despegaba vuelo hacia Cali, con cupo lleno, fue destruida sin escrúpulos ni remordimientos por la bomba colocada en su interior, siguiendo órdenes del entonces cerebro y capo mayor del narcotráfico, Pablo Escobar. La conmoción en el resto del mundo debió de ser similar a la actual.
En ambos casos, la causa parece haber radicado en la perversión de la mente de sus autores. Del copiloto de nacionalidad alemana por una parte y, por otra, del campesino tosco por supuesta instigación de un enigmático más allá. Tal, al menos, la cínica versión de su desalmado autor. En otros tiempos, solía enseñarse el precepto de no matar, por supuesto a congéneres de la especie humana, como a animales de monte. Aunque más adelante se introdujera, ello sí, la referida y bárbara excepción de los supuestos o reales adversarios políticos.
En general, se viene observando inquietante deterioro de las costumbres. Se asesina con cualquier pretexto: el robo de un celular o de objetos más bien baladíes, digamos al menudeo. Su aparente finalidad no explica, sin embargo, la sevicia de los apuñalamientos. Por ejemplo, de los que se perpetran con armas improvisadas, utilizando instrumentos hogareños de cocina. Aun para castigar supuestos o reales desvíos conyugales.
En otras épocas, se tenían a la mano los recursos jurídicos contra desbordamientos y abusos de las conductas públicas o privadas. En la actualidad, la corrupción en altos tribunales provoca cierto escepticismo y menosprecio por el cumplimiento de su indispensable y nobilísima misión. De raíz, urge atacar esta dolencia cancerígena. La lección de que se debe dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César es preciso aplicarla tesoneramente. Cada uno en su esfera y con el debido respeto en su ejercicio, sin perder de vista su función primordial.
Escandaliza que magistrados de las cortes hayan permitido o buscado la introducción sibilina del dolo en sus sentencias. La majestad de la Justicia exige de sus funcionarios riguroso celo, empezando por no dar motivos de sospecha y, más aún, rumores sobre el precio de favorecer o desfavorecer determinados intereses. Obediencia estricta a la ley y, por sobre todo, a la Constitución. La peregrinación ritual al Calvario debiera implicar propósitos sinceros de enmienda.
Abdón E. Valderrama
El Tiempo, Colombia, GDA