Nos indican que hay cosas irreversibles, cuando no lo son. Los gobiernos de Caracas y Quito, por ejemplo, afirman que sus revoluciones bolivariana y ciudadana son irreversibles. Lo mismo hace la Iglesia cuando defiende el matrimonio entre hombre y mujer o grupos conservadores cuando respaldan la prohibición de las drogas.
El hombre no es, sino que va siendo, sostiene el filósofo español Ortega y Gasset. Y tiene razón. El hombre modifica, innova, rompe con herencias, dialoga, acuerda, redacta leyes y pacta nuevas formas de convivencia. Es en la historia siempre inacabada donde hace y renace.
Hablar de irreversibilidad en temas de sistemas políticos es un engaño, pero más aún, es la justificación del autoritario para enfrentar la crítica y el cambio. En nombre de lo irreversible se persigue y encarcela al disidente.
Algo similar pasa cuando se enarbola presuntas instituciones naturales para oponerse al matrimonio entre personas del mismo sexo y a su derecho de adopción o a la legalización de ciertas drogas. A diferencia de las plantas, las rocas u otros parientes de los humanos en la Tierra, los hombres no están atados a un destino definido o a unos hábitos inamovibles.
“Lo que la naturaleza es a las cosas, es la historia al hombre”, escribió Ortega y Gasset en 1940. Cambiar es consustancial al hombre, incluso cuando de moral se trata. Recuerde lector, que siglos atrás, se argumentaba que la esclavitud era una institución natural e irreversible, que los indígenas no tenían alma y que las mujeres eran inferiores a los hombres.
“El Gobierno venezolano trabaja en la defensa de un modelo que ya se hizo irreversible”, sentenció hace poco la canciller venezolana, Delcy Rodríguez. Fue una declaración temeraria que niega las posibilidades del cambio exigido por la mayoría de sus compatriotas y que se da justo cuando Caracas establece un diálogo con opositores.
En Ecuador, el Presidente Rafael Correa, viene hablado de revolución irreversible desde los albores de su gobierno. Él y sus seguidores han trabajado sin descanso para minar el terreno con leyes, normas e instituciones que impidan a futuro introducir cambios al modelo implantado.
Pero con todo y eso, tanto en Venezuela como en Ecuador, sí son reversibles los modelos. Aunque hayan inclinado la cancha institucional a su favor, la movilización social tarde o temprano modificará o hasta podría acabar con sus proyectos.
El hombre va siendo y, en tal medida, su eterna búsqueda de cambio reta a los conservadores de siempre, quienes aducen hoy como ayer que sus ideas, su moral o sus proyectos son eternos.
Quienes lo deseen están en su derecho de abrazar un sistema político o una moral como inamovibles, aunque estas acoten las libertades o nieguen la diversidad sexual. Pero acepten y no criminalicen el derecho de los díscolos a continuar apostando y trabajando por el cambio.