De película: entre las sombras de la madrugada, un ex funcionario de Cristina K lanza bolsas con dinero tras la barda de un convento. Gracias al aviso de un acucioso vecino, la policía
le hecha el guante y, además, le encuentra en posesión de un fusil de guerra. El ex ministro, brazo derecho del peronismo K y de doña Cristina Fernández, intenta sobornar a los agentes. El ex jerarca le ha dicho a la única monja que habita el monasterio, que iba a donarle la fortuna y que la policía le está robando.
Genial. Sorprendido con las manos en la masa, el actual diputado del peronismo K, es apresado y no atina qué decir. La noticia conmueve a la Argentina y al mundo, al punto que sus amigos, presurosos y asustados, ponen distancia con el personaje. Dirán que no le conocen.
Seguramente, no saben quién es. Fue funcionario clave durante los doce años de dominio del régimen Kirchner, pero la memoria, en estos casos, es frágil.
El episodio raya en lo cómico, pero más tiene de trágico. Es evidencia de la corrupción sin límites, del abuso del poder y del cinismo. Es el signo de los tiempos y, probablemente, del fin de una época marcada por la demagogia tercermundista, la retórica a favor de los desvalidos y el discurso anti imperialista.
Final de película barata del jerarca K. Final de telenovela de un régimen cuya sustancia fueron los actos de masas y los discursos sentimentales. Telenovela de mala factura que contó con la complicidad de “revolucionarios” y seudo intelectuales de una izquierda complaciente, que ha demostrado grave ineptitud para distinguir lo legítimo de lo ilegítimo, lo honrado de lo corrupto, lo democrático de lo antidemocrático. Y que ha puesto en evidencia, además, gran capacidad de acomodo en las poltronas del poder.
Doloroso el capítulo para la Argentina y para la izquierda populista: lo que se anunció con bombos y platillos como el gobierno del pueblo, como el advenimiento del tiempo de la justicia y de la soberanía, como el renacimiento de Juan Domingo y de Evita, termina con un jerarca del movimiento apresado in fraganti, escondiendo su fortuna mal habida entre las sombras de la madrugada.
La época K, insignia del neopopulismo, concluye en el apresamiento de un corrupto. De los actos de masas, los bailes en el balcón, la arrogancia frente a los jueces, el asunto se reduce ahora al sórdido episodio del sujeto tirando plata y deshaciéndose del robo. De las alfombras rojas y de la prepotencia de los jerarcas, a la cárcel. Este es un episodio del gran capítulo de la caída de una farsa y de la disolución de las esperanzas de muchos.
Consecuencias de la falta de integridad. ¿Qué valen más, los millones mal habidos que queman en la conciencia y en las manos, o la honestidad y el rigor en el manejo de los gobiernos?