La guerra contra el humor

Es difícil comprender por qué el Gobierno se ha ensañado tanto con Bonil. ¿Por qué lo persigue sin cuartel? No es, por su supuesto, porque el Presidente realmente se encuentre en una cruzada contra lo que él considera mentira y mediocridad; tampoco porque le importen tanto los afroecuatorianos y la no discriminación. Bonil no es mentiroso ni mediocre. Igual, no es un racista como para querer borrarlo del mapa.

Tampoco convence la explicación de que el Gobierno piense que sus caricaturas son una amenaza al Régimen o a la revolución. Por más que Bonil dibuje y dibuje y nosotros gocemos y gocemos con su pluma e ingenio, este proceso revolucionario no está en peligro; no temblará, ni se desestabilizará por sus dibujos. Nunca una caricatura ha puesto en peligro a un Gobierno, peor a uno con tanto cemento y propaganda como este. Bonil no los amenaza. Aquello tampoco explica esta guerra.

Otra razón podría ser la ignorancia y la incomprensión pero esta, de plano, la descarto. El Presidente y sus más cercanos colaboradores son personas inteligentes, leídas y escribidas en varios idiomas y, a no dudarlo, comprenden perfectamente el sentido y los alcances de lo que Bonil transmite con sus dibujos.
Pero, quizá, allí precisamente esté el problema.

Es decir, lo que da cuenta de esta guerra contra el humor tiene que ver con que el Presidente entiende perfectamente a Bonil y le sucede lo mismo que a nosotros. Eso es lo intolerable. Esos dibujos, y eso ellos lo saben, los retratan, los develan, los describen. En la exageración y en lo grotesco de los rasgos de las caricaturas, ellos se ven retratados, se saben descubiertos.

Y, claro, en vez de reír, en vez de burlarse, estallan en ira y vergüenza; piensan y repiensan sobre cómo cayeron en el simulacro y el ridículo; reflexionan en lo mal que la están haciendo y en que algún día tendrán que rendir cuentas.
Y eso debe ser muy feo. ¡Muy cruel de parte de Bonil y de los otros grandes caricaturistas que tiene el país como Roque, Pancho y otros! Es la única explicación que encuentro a tanta persecución.

Pero tengo una solución que tal vez arregle el problema. Sugiero que desde mañana, cuando el señor Presidente reciba los periódicos del día, encuentre un hueco recortado en el espacio de las caricaturas. La medicina estaría en no hacer o tomar lo que tanto mal le hace. Y que le den cualquier explicación. Podrían decirle que en Yachay han inventado una nueva corriente de diseño gráfico y que desde ahora los periódicos se publicarán así. Eso quizá lo alegre.

Y para culminar con éxito el tratamiento, le podrían también decir que Bonil murió, que se mandó a cambiar, que desapareció con su mediocridad y sus mentiras. Así él quedará en paz, nunca más sentirá esa horrible sensación de vergüenza ni se le ocurrirá emplear la coerción contra el humor, y nosotros disfrutaremos de ese pan de la risa, de ese bálsamo de la burla y de la irreverencia con que Bonil nos prodiga todos los días.

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