En una de las últimas sabatinas del año pasado, con valentía inigualable (bajo la protección del poder y a sabiendas de que yo no podría contestar en igualdad de condiciones), luego de la retahíla de acostumbradas groserías, se ha criticado uno de mis artículos (contribuyendo a su mayor difusión) y se ha pretendido descalificarme. Réprobo y “canalla”, he sido condenado al infierno cívico por mi opinión y por dos antecedentes: haber sido empleado (falso) y abogado de un banco (cierto) y haber formado parte de la ‘partidocracia’ tradicional. Estas ‘graves acusaciones’ no hacen más que ratificar un burdo maniqueísmo.
Los insultos no son argumentos y descalifican a quienes los profieren. “No infaman cuando insultan, sino cuando elogian”. Nunca he sido empleado de un banco. Ni de un banco privado ni de un banco público. He sido, eso sí, abogado en libre, legal y legítimo ejercicio de mi profesión. ¿Qué hay de grave en este hecho? ¿Acaso no recuerdan que yo fui abogado del banco del que se pretendió obtener una insignificante indemnización de cinco millones de dólares? Pero, además, ¿han olvidado que uno de los abogados del actor en ese juicio, con larga y múltiple trayectoria en esta administración (embajador en Madrid y hoy Ministro Fiscal General, por ejemplo), también fue abogado del mismo banco? ¿No es obvio entonces que mi frustrada descalificación no es más que una consecuencia de mi actitud independiente y crítica?
¿Qué sentido tiene, aparte de la manipulación demagógica, el discurso contra los partidos, debilitándolos? ¿No recuerdan acaso que el gobierno que su líder integró como ministro fue resultado de un golpe de estado y de la ‘partidocracia’ que hoy denigran? ¿No conocen que en esta administración muchos de sus miembros han ocupado y ocupan los más altos cargos? ¿Por qué no se solicita a los acuciosos colaboradores la elaboración de una lista -que sería muy larga- para difundirla en una próxima sabatina? En todo sistema democrático auténtico los ciudadanos actúan en política afiliados a un partido. “Nuestras democracias aspiran a transformar y mejorar sus instituciones, no a destruirlas”, ha dicho Fernando Savater.
En mi ya larga vida estuve preso en las dictaduras de Velasco Ibarra y de Rodríguez Lara, fui calumniado en el gobierno de Febres Cordero y rechacé excesos y abusos de las administraciones de Bucaram y Lucio Gutiérrez. ¿Qué tienen en común? Fueron dictaduras declaradas o encubiertas o, en términos generales, regímenes autoritarios. ¿Por qué entonces callar ahora? Los actos no son buenos o malos por las personas que los ejecutan sino por su contenido.
No es reprochable que alguien milite en un partido político. Es condenable que actúe sin honestidad y coherencia y abuse del poder para atropellar el orden jurídico vigente, debilitar o destruir las instituciones y denigrar y amenazar a quienes critican y discrepan.