En una entrevista radial sostenida con Carlos Pérez Guartambel el día de ayer, este declaró: “Por mi culpa, ella (Manuela Picq) había perdido su libertad, era como estar con un pajarito entre barrotes”.
Independientemente, sin embargo, de las relaciones personales que vinculan a estos dos personajes, durante estos días me he preguntado insistentemente por qué se coartan legalmente los derechos de una extranjera comprometida con el país, a disentir, discernir, criticar o denunciar cuando esto supone un verdadero involucramiento y una preocupación interesada en el devenir del país.
No se trata de una turista, se trata de una ciudadana inmersa en Ecuador, en sus problemas e inequidades. Silenciarla/los parecería ser lo que por centurias hicimos con los mismos indígenas que carecían de derechos propios. ¿No es parte de una historia nacional llena de xenofobias y discriminación, una historia que sigue perpetuándose? ¿No es esto la continuidad de un estado colonial?
Quizás lo anterior explique por qué la mayoría de ecuatorianos no ejerce su ciudadanía, simplemente está, se conforma con lo que venga. Dichos “ciudadanos” retozan cómodamente en sus nidos familiares, económicos o sociales. No habitan su espacio en el verdadero sentido de la palabra. Pero más allá de “lo nacional” anclado a un territorio, pensemos en el tema de la “ciudadanía universal”, que aparece en la misma Constitución de Montecristi (art.416, inciso 6) que en papel (al parecer no en la práctica) asumió lo que Habermas llama un proceso de constelación posnacional, un intento por expandir los mecanismos de autoridad para ir más allá de geografía estatal.
Los derechos humanos en ejercicio no corresponden a una nacionalidad, corresponden a los seres humanos estén donde estén y tengan o no un estatus migratorio particular.
El derecho de cómo ser y de cómo existir tiene que ver con la humanidad crítica, no con un partido ni con un gobierno. En ninguna democracia del mundo se prohíbe a las personas participar en la arena política sea cual sea su estatus migratorio.
Manuela no ha sido deportada pero aún no se le ha restituido su visa. Debo suponer que esto se dará en las próximas horas… Sin embargo, qué sucederá cuando salga a la luz su libro ‘Soberanía vernacular: mujeres indígenas y política mundial en Ecuador’, o el artículo en prensa en la prestigiosa revista Social Development Issues denominado ¿Dónde fueron las mujeres? ¿Inequidades de género en el movimiento indígena ecuatoriano? Ambos textos se publican en inglés y su circulación será internacional.
Entonces, ¿volverán los políticos de turno a sentirse afectados por sus opiniones, ya no por su presencia en las calles acompañando a un dirigente indígena de la oposición, sino por ella misma y por sus agudas y certeras
observaciones?
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