La perspectiva económica del Ecuador para el quinquenio es gris. Podría ser mejor, si se enfrentan sus limitaciones. Lamentablemente, como están las cosas, las posibilidades de atender las necesidades sociales, especialmente de empleo son bajas. La esperanza de un cambio en la dinámica del mundo hacia una recuperación de la vitalidad perdida, no alcanza ni a la proporción flotante sobre el agua de un iceberg.
Otra vez el ciclo está ahí. Los países avanzados salieron del aprieto al que llegaron en el año 2008, pero no logran ofrecer una recuperación sólida. Crecen por debajo del promedio histórico. La productividad no mejora. La inflación luce controlada, aunque ahora aparecen signos de deflación, que cuestionan ciertos paradigmas de política monetaria. Por eso, no faltan aquellos que vaticinan otra recesión en poco tiempo. Eso tiene nerviosos a los mercados, que demuestran dificultad en poder compatibilizar los distintos tiempos de ejecución de las políticas económicas, que por primera vez en mucho tiempo no están sincronizadas entre las principales economías maduras.
El otro conjunto, los emergentes, que ya comparten la misma proporcionalidad del PIB de los avanzados, cuya contribución al crecimiento del comercio mundial llegó al 80%, hoy atraviesa por dificultades en sostener su dinamismo. Se cree, que el PIB no crecerá al 6% anual, sino a una tasa oscilante entre el 4% y 4.5%. Y, con un comercio débil, las posibilidades de volver a términos de intercambio positivos, son magras.
En esas condiciones, los retos de la economía nacional descansan en la solución endógena (no un parche) de sus dos grandes dolores de cabeza: la iliquidez o desfinanciamiento estructural y la pérdida de competitividad. Por ello, dada su complejidad y tiempo requerido para cosechar frutos, cualquier programa dedicado a resolverlos, debe establecer varias etapas de ejecución: transitoria, de afianzamiento y de consolidación, que en conjunto llevarán más de un período político.
El problema radica en sacar de su contracción a la demanda interna, producto precisamente de la insuficiencia de recursos propios y de un flujo seguro de capitales vinculado con la inversión. Por ello, estos “brotes verdes” de liquidez hay que tomarlos con pinzas, pues no son sostenibles. Son respuesta a incentivos temporales (deuda masiva). Es un error conceptual creer que la recuperación de los depósitos demuestra la salida de la crisis. ¡Cuidado! No tiene fundamento técnico, ni responde a la realidad.
La demanda interna requiere que el sector externo, o si quieren la demanda externa vuelva a entregar excedentes que lleven a cerrar la brecha ahorro-inversión que no la permite crecer.