Colombia, entre pasado y futuro

Los colombianos votaron para elegir al sucesor de un popular pero controvertido presidente, Álvaro Uribe, quien hizo de la política de la mano dura frente al narcotráfico y a la insurgencia guerrillera el sello distintivo de su administración. Casi ocho años después de haber asumido la Presidencia, Uribe goza de altos índices de aprobación, pero pese a innegables avances no ha podido poner punto final a esos dos conflictos que sangran y desgarran a Colombia.

Ni siquiera sus más fervientes simpatizantes se atreverían a cantar victoria ni en la guerra contra el narco ni mucho menos en la que la nación libra hace más de cuatro décadas contra las FARC y sus aliados del FLN. No son esas guerras fáciles de ganar, como estamos aprendiendo ahora en México, pero la gestión de Uribe ha demostrado las limitaciones de anteponer a toda costa lo militar y la “fuerza del Estado” para tratar de salir avante.

Hay muchas maneras de tratar de calificar a Álvaro Uribe, y si por la de la firmeza nos vamos, no hay cómo olvidar sus enfrentamientos con Hugo Chávez, la incursión armada en territorio ecuatoriano contra un campamento de las FARC en ese país o el conflicto que Uribe y Chávez protagonizaron durante la llamada Cumbre de la Unidad Latinoamericana en México.

Otra medida del todavía Presidente (y si le dedico tanto espacio es porque esta elección es en mucho acerca de su gestión) es la que tiene que ver con el respeto a la legalidad, tanto en la letra como en el espíritu e intención de las leyes, y ahí me parece que Uribe queda a deber: uno de los saldos trágicos de la guerra intestina que libra Colombia es el de las violaciones a los derechos humanos. Dirán muchos que ni los narcos ni la guerrilla los respetan y tienen toda la razón, solo que un gobierno -un Estado- no puede rebajarse al nivel de los criminales o terroristas que combate, so pena de perder su legitimidad y razón de ser.

Los excesos del Gobierno colombiano en esta materia quedan de manifiesto en el escándalo de los “falsos positivos”, civiles asesinados por la tropa con tal de inflar artificial y criminalmente las cifras de bajas de la guerrilla. Las cifras son estimadas, hablan de centenares o miles de muertos, muchos de los cuales fueron incluso disfrazados de guerrilleros después de su ejecución, en un horripilante ardid mediático.

El otro aspecto que pinta de cuerpo entero a Uribe es el de sus intentos por eternizarse en el poder, muy al estilo -paradójicamente- de Chávez. Uribe modificó la Constitución para poderse reelegir en 2006, y trató de hacerlo nuevamente este año, intento que fue frustrado por la Suprema Corte de Justicia colombiana. De no ser por eso, los cuatro años originales se habrían fácilmente transformado en 12 o más. Al no lograrlo, optó por la fácil fórmula de nominar a su Ministro de Defensa con un partido a modo.

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