Con enorme fuerza la conciencia moral nos está reclamando a todos una mayor coherencia. Si algo queda claro en tiempos de crisis es la necesidad de ser coherentes entre lo que predicamos y vivimos. No es fácil, porque la distancia entre el ideal y la realidad es, será siempre, enorme. El hombre suele andar perdido entre sus sueños y sus pasiones, entre el quiero y no puedo de una humanidad, al fin y al cabo, limitada.
De aquí la importancia de la razón no sólo en el ámbito de lo social, sino en el propio ámbito de la fe. ¿Por qué soy cristiano? Me lo he preguntado muchas veces y quisiera darme una respuesta ‘razonable’. Yo creo que soy cristiano porque, desde joven, la fe en Jesucristo me ha humanizado, me ha hecho más capaz de ser hermano, de confiar razonablemente (también en los tiempos oscuros) en el sentido de las cosas, de las relaciones, de los valores,… hasta el punto de poder superar la tentación de lo ficticio, esa inmensa trampa de pensar que porque aparentas, tienes o imaginas, ya eres algo o alguien. La fe me ha puesto en mi sitio. Dios es Él y yo sólo soy una criatura que trata de acoger la salvación que Él me da. Algo que he descubierto a caballo de una experiencia llena de contrastes, de luces y de sombras.
En lo personal es relativamente fácil dejarse atrapar por los dictados de la cultura dominante, por lo políticamente correcto, por los intereses inmediatos de una mundanidad exasperante, que te repite sin descanso que lo más importante en la vida es que tú estés bien, tengas buena imagen, goces y triunfes, aunque los que te rodean se caigan a pedazos. Muchos de nuestros fracasos colectivos hunden su raíz en este individualismo atroz al cual muchos se han rendido, quizá sin haber luchado lo suficiente, abandonados de sí mismos.
Metidos en la realidad sociopolítica del país, las grandes ficciones no nacen de los libros sino del extremismo de un discurso que no siempre se corresponde con la realidad. Mal que le pese a los teóricos (y a los prácticos) del socialismo actual no resulta fácil asumir el mito revolucionario cuando más de la mitad del país navega (o naufraga) en el paro o en la informalidad.
Puestos a decir cosas, todos acabamos justificando nuestras contradicciones, como aquel hombre cuyo matrimonio y familia estaban a punto de saltar por los aires a causa del alcohol, pero él insis-tía en autocalificarse como ‘bebedor social’.
Si me permiten un consejo, no se dejen impresionar por la fuerza de las palabras, de los eslóganes, de las imágenes, de las campañas… Es hora de buscar una mayor coherencia, de comprometernos más con la vida y con la fe. En definitiva, aun reconociendo que somos limitados y contradictorios, tenemos que ser mejores .