El panorama institucional de los clubes de fútbol de Quito es tan optimista como el de una gallina encerrada con un jaguar hambriento. Es palpable una decadencia singular que, por supuesto, tiene como marco la gran crisis del fútbol ecuatoriano, pero que también exhibe aristas específicas que tienen a mal traer a los capitalinos.
La década ganada, paradójicamente, ha golpeado al fútbol profesional de la capital. En estos años el público se ha alejado poco a poco de los estadios. Hay problemas en los semilleros (desde Franklin Salas, no hubo nunca más un crack salido de las menores que convocara a los aficionados). Y esto ha afectado a todos los clubes, aunque algunos lo afrontan soberanamente peor que otros.
Ahí está Deportivo Quito. Lleva el nombre de la ciudad (aunque jamás alcanzó a representar a la quiteñidad, fuera lo que fuera eso) pero su autodestrucción ha sido tan minuciosamente exitosa que es casi imposible que se salve de convertirse en una entidad minúscula. Quizás regrese en el mediano plazo pero con otro nombre.
A El Nacional tampoco le ha ido tan bien desde que el Gobierno puso fin al aporte obligatorio de la tropa. Ya no contrata a los mejores y tampoco ha sacado jugadores como Antonio Valencia o el Chucho Benítez.
Liga y Católica han soportado mejor el temporal por su manejo empresarial, sensato, del presupuesto, aunque la U sufre por el abandono de los hinchas en la Casa Blanca.
Aucas ahora vive el síndrome del mecenas chiro: se acabó el dinero del apasionado dirigente que puso plata y persona, y comenzó un lento descenso. Otra vez, el ídolo del pueblo ha perdido fuelle y solo una reacción milagrosa lo salvará de caer en la Serie B.
Mientras la capital mira el drama de sus equipos, la vecina Sangolquí se frota las manos por el empuje de sus clubes. Independiente del Valle se consolida como un pujante semillero regional, mientras que Clan Juvenil está cerca de ingresar a la Serie A. Algo tiene Rumiñahui que le falta a Quito.