Entre la apatía e inclusive el aburrimiento, este domingo se realizaron las elecciones en Paraguay. El propósito central fue sustituir al pintoresco e inquieto Fernando Lugo, quien fuera destituido hace unos pocos meses, en cumplimiento de las normas constitucionales allí vigentes.
El remplazo interino correspondió a Federico Franco y tal como era de esperarse, este lapso no se ha distinguido por evento alguno hasta el fin de la semana anterior, cuando Franco formuló una virtual denuncia contra el bloque de naciones de Unasur .
La ocasión fueron las resoluciones de la Unasur en torno de los apasionados episodios que registraron los comicios de Venezuela, verdadera fragua de vulcano y de dólares petroleros, al contrario de lo sucedido en Paraguay. El motivo inmediato fue la negativa de las autoridades electorales para admitir la auditoría de todas las ‘cajas’ de los comicios, como efecto de la estrechísima diferencia con la que el candidato Nicolás Maduro habría aventajado a su opositor Enrique Capriles, bien entendido que está virtualmente en la conciencia de todos o casi todos, la idea de que mientras falte la dichosa auditoría, siempre el triunfo de Maduro estará en duda y su legitimidad será discutible hasta el extremo.
Pues bien: a propósito del respaldo claramente prematuro y motivado por razones políticas, que la Unasur diera a Maduro, el gobernante interino de Paraguay ha sostenido que el bloque se volvió apenas en un “club de presidentes de la región” y que su objetivo se limita a “darse mutuamente la mano”, cuando uno u otro enfrenta problemas de indudable seriedad.
Si es que tan preocupante versión se demuestra como exacta, cabe preguntarse, qué aspecto tendría el denunciado Club. Una primera consideración es que los bloques surgidos de la fértil imaginación del fallecido presidente de Venezuela, comandante Hugo Chávez, deberían servir para una trascendencia mucho más considerable que la limitada al solo interés particular de los socios del Club y una segunda consideración es que por descontado, no todos habrán experimentado el mismo agrado por la mutilación de las finalidades del grupo. Claro que entre lo más contentos y entusiastas figuran la inefable señora Fernández de Kirchner; el señor Evo Morales, de Bolivia; el señor Ortega, de Nicaragua; lamentablemente el economista Correa, de Ecuador, pero habrán sido mucho más moderados, la Presidenta de Brasil, el de Colombia, señor Santos, el de Chile, Piñera y hasta el de Perú, Ollanta Humala, mientras queda la duda sobre el señor Mujica, de Uruguay, caracterizado por la espontaneidad de sus juicios y comentarios.
Y ya mirando solo a nuestro país, es obvio que este debería promover una depuración de la naturaleza y los fines de la Unasur y que es hora ya de que los pueblos y sus vitales necesidades pasen del solo discurso retórico a la concreción de las metas, tal como lo exige la justicia esencial.