Un señor japonés que conocí hace años -Shinya, se llama. Trabajaba para PriceWaterhouse en Tokio- me contó que en su país se tiene la creencia de que uno puede ayudar a la gente en desgracia haciendo origamis. La noción de que alguien pueda contribuir a que una persona salga de un mal momento haciendo, por ejemplo, 5 mil ranas de papel atrajo de inmediato mi atención porque me pareció una forma poética de expresar fe en la voluntad del hombre para resolver problemas y superar obstáculos.
Cada vez que veo imágenes de la tragedia que Japón vive en estos días recuerdo la historia de los origamis. Poco a poco, paso a paso -un origami tras otro- la sociedad japonesa comienza a levantarse y a reorganizarse. La situación que debe enfrentar es complicadísima pues tiene incluso ribetes apocalípticos por el riesgo de una contaminación nuclear a gran escala. Aún así, vemos a los ciudadanos de ese país intentando seguir con su vida sin perder la compostura.
¿Qué podemos hacer los ecuatorianos para ayudar a esta sociedad que está pasando por tan terribles momentos? Quienes sepan hacerlo ciertamente podrán empezar confeccionando origamis dedicados a la gente que ha perdido a sus familias o a las personas que se quedaron en bancarrota porque el mar se llevó todos sus bienes.
Pero se me ocurre que pudiéramos hacer algo más: el Gobierno y la sociedad civil podrían invitar a venir a Ecuador a aquellos ciudadanos japoneses que quieran tener un nuevo comienzo. ¿Les parece una idea descabellada? A mí no.
Los japoneses no son ajenos a América Latina. En Brasil y Perú hay, desde hace décadas, un conglomerado de emigrantes de aquel país oriental que ha logrado arraigarse exitosamente, enriqueciendo con su cultura y con su trabajo a las sociedades que les acogieron.
Durante los últimos años, miles de personas de otros países y regiones -Cuba, China, África- han visto al Ecuador como un destino final o temporal para vivir. Esa migración no ha sido debidamente regulada ni controlada, provocando algunos problemas y tensiones, sobre todo porque pocas personas de aquel grupo de emigrantes eran capacitadas y, por tanto, productivas.
Varias personas en Japón pudieran querer radicarse en América Latina. Sus opciones principales serán aquellos países donde ya exista una migración japonesa previa, pero Ecuador pudiera convertirse también en una alternativa interesante. Los ciudadanos japoneses son conocidos por su capacidad de trabajo y emprendimiento; por su creatividad y su rectitud; por su inteligencia y preparación. Por todas estas razones, no sería improcedente pensar en la posibilidad de que ciudadanos japoneses vengan a Ecuador en busca de una vida nueva, alejada de la tragedia que ahora asola su país.