América Latina se caracteriza por lanzar con bombos y platillos esquemas de integración regional que rara vez funcionan. Son muy frecuentes las cumbres presidenciales en las que proliferan los besos, abrazos y discursos grandilocuentes que anuncian la materialización definitiva del sueño de Bolívar. No existe continente en la Tierra que cuente con tantos tratados y acuerdos forjados en papel.
La Alianza Bolivariana para las Américas, Alba, forma parte de esta pintoresca tradición y fue creada por Chávez y sus petrodólares a partir de un acuerdo de “complementación económica” con Cuba que, en buen romance, aspira a funcionar como el respirador artificial de la isla. Se integraron luego Bolivia, Nicaragua, Dominica, Antigua, Barbuda, St. Vincent, las Granadinas y, por supuesto, el Ecuador de Alianza País. Bajo una visión típicamente socialista y de ingeniería social, Chávez concibió la Alba como un eje fundamentalmente político e ideológico llamado a competir con el peso creciente del Brasil y atacar los acuerdos de libre comercio que inundaban la Región. El esquema chavecista no construyó estructuras funcionales u orgánicas y, más allá de ciertas concesiones otorgadas por Venezuela a los socialismos li-mosneros del Caribe, tampoco logró articular programas que dinamicen el comercio y la integración de sus países miembros. La vigencia de la Alianza Bolivariana se reduce a los sonoros encuentros presidenciales convocados por Chávez y a las cansinas declaraciones “antiimperialistas”.
Si partimos del hecho de que la democracia es un estado de derecho con división e independencia de poderes, elecciones libres y competitivas y la vigencia plena de los derechos individuales, la Alba no es más que el club de las dictaduras de nuevo cuño de América que desprecian los mecanismos institucionales y legitiman los actos discrecionales de sus caudillos en nombre del pueblo. Todos los regímenes de la Alba, sin excepción, rinden un culto cuasi religioso a sus líderes y basan su estilo de gobierno en la confrontación e intimidación. La permanente tensión estimula la movilización de los partidarios del oficialismo y genera temor entre los grupos de oposición.
Resulta inverosímil que el Ecuador haya hipotecado su tradición diplomática y política exterior a favor del ‘Club de las Dictaduras’. Hemos dinamitado puentes con los Estados Unidos, Europa y nuestros tradicionales socios comerciales por seguir las directrices del ‘Club’. El Ecuador se encuentra más distanciado que nunca del mundo globalizado y su pertenencia a la Alba no ha reportado beneficio alguno para su desarrollo. El aislamiento internacional al que está condenado el país en función de sus compromisos ideológicos con la Alba es un error histórico sin precedentes, que acarreará daños sociales y económicos insospechados.