La política da vueltas. Aquello del giro radical de 360° a veces es cierto -se vuelve sobre el propio terreno-, aunque más frecuente sea el giro de 180°.
En los tres períodos presidenciales consecutivos el Gobierno ha girado sus ejes de apoyo y el desgaste natural ha obligado a buscar bases y expresiones distintas.
Se diría que algunas de esas fuentes de apoyo terminan por desnaturalizar los contenidos del ‘proyecto’ original.
Ese proyecto buscaba un cambio de estructuras y denunciaba un país cansado de el poder de los partidos políticos. Hoy trocó en un clientelismo puro y duro con más rasgos populistas de aquellos esbozados al inicio de la aventura política allá por 2006.
El Gobierno empezó su tarea con una amplia base de apoyo cimentada en antiguos sectores de la vieja izquierda, que en su mayoría hoy son críticos o están en radical oposición. Bastaría recordar a Alberto Acosta -el Presidente se declaró el primer ‘acostista’ del país, en Montecristi- o Gustavo Larrea. Cabría sumar a montones de Organizaciones No Gubernamentales y a muchos entusiastas de la defensa a ultranza del medioambiente que caminaron bajo la bandera verdeflex, como un solo puño, cuando la iniciativa Yasuní-ITT fue vendida al mundo como idea innovadora -revolucionaria, se diría- para conservar el petróleo bajo tierra. Hoy los Yasunidos son acorralados desde el discurso y su ‘impertinencia’ de querer preservar intacto el Parque Nacional Yasuní de las amenazas del ITT, no mereció el derecho a una consulta.
Los indígenas de la Conaie y Pachakutik, que en varios puntos concordaban con las proclamas oficiales, hoy son considerados como antipatrias desde el poder’. La sede de la Conaie fue arrebatada y los dirigentes son despectivamente tachados de ‘ponchos dorados’. La penetración oficial logró dividir al sector para intentar reinar.
Lo propio ocurrió con la dirigencia de los trabajadores. El Frente Unitario de los Trabajadores vio nacer la Central Única (CUT) al cobijo del manto de Carondelet.
Todo esto a nadie debe extrañar. Los populismos son así. El general Juan Domingo Perón mantuvo una relación estrecha con la cúpula eclesiástica argentina hasta que en un desencuentro mandó a sus huestes sindicales a incendiar iglesias.
Estos días no se le ha visto a Ricardo Patiño, devenido de ministro de mil carteras en operador de unos resucitadnos grupos de apoyo, que deben llenar la Plaza Grande en 15 minutos ante cualquier manifestación que el Gobierno sienta como amenaza.
Pero ayer, en medio de la fijación perseverante de mostrar la foto de una constante medición de fuerzas en la teoría de la confrontación y del ‘somos más’, se juntaron miles y miles de choferes uniformados con eslóganes y lemas correístas.
Valdría mirar algún titular del diario oficial de marzo 2014 que dijo que el 47% de los choferes profesionales causan accidentes. Un tema seguramente ausente de los discursos del Coliseo a la hora de renovar el pacto de apoyo de la clase del volante.