La noción de clase social es muy antigua. Aristóteles se preocupó ya de los diferentes grupos que, en función de su riqueza y de su rango, se habían formado en la sociedad de su tiempo. En el siglo XVIII el economista francés Francisco Quesnay —fundador de la “fisiocracia”, como escuela económica— distinguió tres clases sociales: la “classe productive” de los campesinos, la “classe distributive” de los propietarios de predios y la “classe stérile” de los comerciantes. El presidente norteamericano James Madison escribió, a finales de ese siglo, que “los propietarios y los que carecen de bienes han formado siempre distintos bandos sociales”.
Pero fueron Carlos Marx y V. I. Lenin quienes definieron con mayor precisión las clases sociales: grupos distintos que se forman y consolidan en razón del lugar que sus miembros ocupan en la sociedad, de las tareas que cumplen en el proceso productivo, de la relación que mantienen con la propiedad de los medios de producción y de la proporción en que reciben los beneficios de las faenas económicas. Sus integrantes asumen una “conciencia de clase”, que es su convicción de que pertenecen a un grupo social y no a otro y de que están unidos entre sí por los mismos intereses económico-sociales.
Vistas así las cosas, resulta impropia, por decir lo menos, la expresión “clase política” con la que se suele designar a la dirigencia política, o sea al conjunto de los políticos que conducen las tareas de orden público en el Estado. Hablar de ellos como “clase política” es un reiterado error conceptual porque los dirigentes políticos de los diferentes partidos y grupos tienen una condición socioeconómica distinta. Un líder proletario no pertenece a la misma “clase política” que uno acaudalado.
El concepto de “clase”, por definición, se refiere a una división horizontal de la sociedad y no a una división vertical como la que los partidos políticos representan.
El error ha sido inducido por la influencia norteamericana sobre políticos, analistas y periodistas latinoamericanos. Forma parte de nuestro colonialismo mental. La expresión “political class” estuvo en el repertorio de algunos analistas políticos estadounidenses, entre ellos Francis Fukuyama —autor de la hipótesis del “fin de la historia”—, quien habló en los años 90 de la “clase política” de Washington.
En los círculos estadounidenses la idea de la “clase política” probablemente hunde sus raíces en la teoría de las elites de Gaetano Mosca y de Vilfredo Pareto, precursores e ideólogos del fascismo, quienes sostenían, de manera muy simple y elemental, que existen dos clases sociales: la de los gobernantes y la de los gobernados.
Y el error conceptual de los “cientistas” políticos norteamericanos fue copiado al pie de la letra por los políticos latinoamericanos de diversas tendencias.