Clandestinos y asesinos

Setenta y dos, uno tras otro. Pero ahí están los cuerpos, uno junto al otro, junto al otro, junto al otro, hasta sumar 72: emigrantes, o transmigrantes -porque pasaban por México para llegar a EE.UU.-, asesinados, masacrados. Emigrantes sin documentos, explotados, vejados y aniquilados. Seres humanos fantasma, de los que no hay registro, que se internan sin existir formalmente, pero que tienen dimensiones: 72 historias, personales y colectivas. Truncas, y que no importan. Así es, sin darle vueltas.

Tratemos de visualizarlos para que no se nos olvide la magnitud: 72 cuerpos. Los encontraron en un rancho en Tamaulipas; después se supo que llegaban desde Brasil, Ecuador. De por sí el trato que les espera al internarse a EE.UU. no es alentador; pero el paso por México ya redefinió lo que entendíamos por pesadilla. La saña, la inquina, la furia' la forma de literalmente destrozar cuerpos. Es inimaginable; y qué bueno que lo sea: nuestro último reducto de humanidad se manifiesta en nuestra zozobra. Después de eso, la nada. Estamos a nada.

El reciente descubrimiento de los 72 cuerpos asesinados revolvió aún más el estado de las cosas. Las organizaciones de protección a los derechos humanos y de apoyo a los emigrantes no se fueron por las ramas. El comunicado de prensa es contundente en su reclamo a las autoridades mexicanas no solo para exigir protección a quienes pasan por México, sino para revisar la política migratoria actual. Se habla de muchas cosas más. Pero sobre todo, se exhala la profunda indignación: esto se veía venir, se veía venir, y se dejó suceder. Cuántas voces de alarma, cuántas historias se han contado sobre el trato que en México se dispensa a los emigrantes indocumentados. ¡Se veía venir! “El principal responsable de la masacre de Tamaulipas es el Estado mexicano”, espetó con dolor el obispo de Saltillo, Raúl Vera.

Otro debate se abrió respecto a la cobertura en medios de este suceso inefable. Junto a las fotos de los cuerpos hallados en Tamaulipas, importantes para dimensionar la tragedia, comenzaron a publicarse imágenes del ecuatoriano sobreviviente. Y algunos medios dieron su nombre, y otros más su lugar de origen, nombre de familiares' bueno, solo faltó que asentaran el código postal y lo geolocalizaran en GoogleEarth. ¿Si conocemos algo que se llama derecho de las víctimas, verdad? ¿Si sabemos que nos podemos volver gatilleros cuando colocamos en la mira, aunque sea fotográfica, y publicamos? No es mal momento para retomar a Pérez Reverte, y su pintor de batallas. Lo que la publicación inescrupulosa de una fotografía puede hacer, junto con la incontinencia informativa.

Setenta y dos. Uno tras otro. Que no se olviden, por lo que representan. Soy una raya en el mar, fantasma en la ciudad, mi vida va prohibida dice la autoridad.

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