Los ciudadanos realmente no sabemos ejercer la ciudadanía. El espacio de vida comunitaria –en la ciudad, el pueblo, el caserío- es vivida como lo ajeno, aquello que podemos transgredir, que no hay necesidad de cuidar y cuestionar. Desde las primeras definiciones y discusiones sobre lo que debía ser la ciudad y la arquitectura modernas, muchos arquitectos, políticos, intelectuales y planificadores advertían el incremento de problemas que de no resolverse con prontitud podían convertirse en verdaderas amenazas del bienestar colectivo. Recordemos uno de los encuentros más sobresalientes celebrado en un crucero marítimo entre Marsella y Atenas a fines de la década de 1930; el tema fue la ciudad funcional. Los cuatro ejes de discusión: la vivienda, el trabajo, el descanso y el tráfico tratados como un ciclo cotidiano. Así, se proponía la separación entre arquitectura residencial y los espacios de trabajo, la de vías lentas de las rápidas, la calidad de barrios y asentamientos alejados de las industrias pesadas que debían estar rodeadas de cinturones verdes. Como era de esperarse, entre tanto intelectual de peso pesado, el consensuar resultó imposible, mas el grupo francés liderado por Le Corbusier produjo más tarde, en 1943, la famosa Carta de Atenas, instrumento que ha guiado para bien y para mal muchas de las actuaciones en las ciudades contemporáneas.
La preocupación se ha intensificado con el tiempo. El llamado de auxilio es múltiple; desde documentales como el de Al Gore hasta artículos como el que salió hace pocos meses en la National Geographic sobre el tipo de crecimiento intensivo y vertical que debía implementarse con el fin de reducir el consumo de agua, luz y otros servicios básicos que pesaban sobre la tierra.
Pero tengo la impresión que este tipo de llamados solo calan en un franja reducida de nuestras sociedades y que debiéramos buscar la formar en las que todos los que habitamos el planeta y desde muy pequeños, discutamos e intervengamos en el devenir de nuestra casa chica, la ciudad. Ejercer ciudadanía es parte de la ética del comportamiento diario; es sabernos no solo individuos sino inseparables de una comunidad que se alimenta, se traslada, vive bajo un tipo de cobijo, accede al trabajo formal o informal, configura hábitos de higiene y comunicación, etc.
Por ello me animo a proponer, quizás aún como un tiro al aire, que en las mallas curriculares se incluya una asignatura teórico-práctica que tenga que ver con estos aspectos ciudadanos.
Recordemos que nuestros niños y jóvenes un día próximo serán los políticos que tomarán las decisiones en torno a la reducción del parque automotor y la emisión de gases tóxicos; los arquitectos que diseñarán la vivienda social; los usuarios responsables de la limpieza, pago y buen uso de los servicios.