El caso de la responsabilidad penal de los profesionales médicos, por muerte del paciente, ha traído importante preocupación alrededor de dos vocales: “e” en lugar de “o”, que tiene consecuencias muy importantes.
No es ánimo de esta nota ahondar en este capítulo. Pero sí anotar que los legisladores no se han preocupado -al dictar la ley- de lo que acontece en el piso social donde ocurren los hechos y se producen las reclamaciones.
Para muestra, tres botones: a) un caballero llega a la clínica y al tercer día fallece. Tenía un seguro de vida, pero por razones que solo atañen a la reclamante y la compañía aseguradora, esta le negó el pago de la indemnización. Buscaron un camino distinto: que la clínica pague el valor de la póliza; b) el sentimiento de amor hacia un enfermo -esposo y padre- determinó que luego de una operación comenzara a sentir dolores que no se esperaban. La clínica buscó al cirujano pero no pudo localizarlo; los parientes entraron en angustia y terminaron llevándolo a otra casa de salud de donde salió bien librado. Vino el juicio contra el cirujano y la clínica incluyendo reclamo de indemnización por daños y perjuicios; y, también, por daño moral; c) un paciente que era atendido por su dolencia en una clínica de alto prestigio (ya no estaba interno), sintió recargos en día domingo; lo trasladaron a la clínica, pero como no estaba aquel día su médico tratante, le atendió otro, también especialista, y le colocó catéteres para que evacúe a unas fundas de urostomía. Estimó que su caso podía haber sido tratado únicamente con medicación, pero no con cirugía y dedujo juicio por daño moral contra los dos médicos y la clínica, fijando indemnización que supera los cuatro millones de dólares. ¿De dónde podré pagar cuatro millones de dólares?, exclamaba angustiado el médico objeto de la demanda; y, por cierto, esa causa judicial le mantiene tenso y en expectativa.
En otro caso, la sola notificación para que comparezca a la Policía Judicial para rendir versión sobre la muerte de un paciente que había pasado fugazmente por una clínica, pero falleció 15 días después en su casa, fue suficiente para que el profesional entrara en una etapa de preocupación.
A la vista de realidades como estas, ¿cabe pensar cómo un cirujano de lesiones del cerebro; o de corazón; trasplante de órganos; o, sin muerte, deba operar la vista, pueda tener la tranquilidad suficiente si sabe que -en caso de resultado adverso- podría sobrevenirle un juicio penal por mala práctica, con todas las gravísimas consecuencias en cuanto a su libertad personal y su economía? Si hay médicos irresponsables o corruptos, que los sancionen con máxima dureza, pero no cabe crear una atmósfera de miedo para la generalidad y, en particular para los cirujanos. Es distinto lo que acontece en la realidad.