Estados Unidos ha entrado en su segunda semana de cierre parcial de la administración pública. Si los legisladores republicanos no llegan a un acuerdo con el Ejecutivo hasta el 17 de octubre para extender el presupuesto actual y aumentar el límite de endeudamiento, el Estado norteamericano caería en una suspensión de pagos, con serias repercusiones a nivel interno y externo.
Esta parálisis gubernamental, en lugar de ser un asunto netamente técnico, tiene motivaciones políticas. Los republicanos se oponen a un proyecto clave del presidente Barack Obama como es la reforma al sistema de salud. Con la intención de afectar al proyecto estrella de la administración Obama, los republicanos en el Congreso, especialmente la facción del Tea Party, se ha opuesto a la extensión del presupuesto y el aumento al límite de endeudamiento a condición de que se pare la entrada en vigor de la reforma a la salud.
El sistema político norteamericano está caracterizado por la división y separación de poderes entre el Presidente y el Congreso. Esta división y separación de poderes funciona bien cuando el Ejecutivo tiene mayoría en el Parlamento. Cuando no, hay parálisis, estancamiento y contienda continua.
En los últimos 40 años la tendencia en Estados Unidos ha sido elegir a un Presidente cuyo partido no tiene mayoría en las cámaras del Congreso. Lo que ha sucedido en realidad es que cuando esto se ha dado, las decisiones de la oposición en el Legislativo se han sustentado sobre la base de sus aspiraciones electorales y del fracaso del Ejecutivo. Esto se grafica así: para un Congreso controlado por republicanos, apoyar a un Presidente demócrata es ayudar a su reelección o viceversa.
Por esta razón, más allá de los argumentos republicanos de que la reforma a la salud llevará a la ruina fiscal, aplastará las libertades individuales, traerá desempleo y llevará a un sistema de salud peor que el europeo, hay un asunto político-electoral de por medio.
Algo parecido sucedió en el 2011. Aunque Obama denunció el “chantaje”, cedió en aquella ocasión a los recortes que pedían los republicanos. Desde el 2009, año en que Barack Obama llegó a la Casa Blanca, el Congreso norteamericano no ha aprobado un presupuesto completo. El Gobierno Federal ha seguido funcionando con leyes de asignación parciales, un mecanismo aplicado en repetidas ocasiones desde el último cierre del Gobierno en 1996.
En esta ocasión da la impresión que ni el propio Presidente de los Estados Unidos ni la facción republicana más radical darán su brazo a torcer.
No obstante, las molestias que está generando esta paralización gubernamental a los ciudadanos norteamericanos se incrementa cada día, con las consiguientes repercusiones en la economía. ¿Será posible que la clase política entre en razón antes de que sea demasiado tarde? Veamos qué pasa en los próximos días.