¿Un ciego guiando a otro ciego?

Al regresar al Ecuador, después de una ausencia de cuatro semanas, con indignación he tomado conocimiento de las declaraciones del viceministro de Relaciones Exteriores, Kintto Lucas, en respuesta a las críticas que recibió su nombramiento.

Dejaré de lado las alusiones a su condición originaria de extranjero y al reciente otorgamiento de la nacionalidad ecuatoriana por “méritos periodísticos”. Si ya es jurídicamente ecuatoriano, puede ejercer los derechos pertinentes reconocidos en la Constitución.

La Ley Orgánica del Servicio Exterior disponía que el Vicecanciller sería nombrado de entre los Embajadores de carrera en servicio activo, norma que -según el Gobierno- limitaba indebidamente las facultades del Ejecutivo. Si el Presidente puede nombrar un Ministro político -arguye Kintto Lucas- ¿por qué tal Ministro no podría nombrar un Vicecanciller político?

Normalmente, una autoridad sensata que sabe no estar preparada en determinados ámbitos de su competencia, busca la asesoría de personas cuya formación y experiencia le ayuden a llenar vacíos. Quien desdeña el consejo, por vanidad o autosuficiencia, se siente más cómodo con colaboradores no deliberantes, que se limiten a cumplir instrucciones.

En una especie de fuga hacia la radicalización revolucionaria, Lucas ha formulado juicios ofensivos sobre la diplomacia que, junto a Patiño, él va a dirigir. Se ha burlado del protocolo, es decir de la buena educación en el trato oficial; se ha burlado de la Academia Diplomática, porque “no entrega título universitario alguno”; se ha burlado de los diplomáticos de carrera, porque no saben de geopolítica, y se ha presentado como la antítesis de esas carencias y la personificación de la sabiduría internacional. ¿Es por conocimiento de la geopolítica moderna que el Gobierno no ha nombrado, desde hace varios meses, embajadores en China y Corea, países con los que pretende estrechar los vínculos de cooperación? ¿Es para alentar la meritocracia que los cursantes de la Academia Diplomática, trasladados a un fracasado curso en el Instituto de Altos Estudios Nacionales, han sido incorporados a la Cancillería sin haber terminado su preparación académica ni recibido título alguno? ¿Quién se atreverá a negar que la conducción de las relaciones internacionales está en las mejores manos: las de los señores Patiño y Lucas, especialistas en temas internacionales y fieles ejecutores de la omnisapiencia presidencial?

Por último, si Lucas va a tener que trabajar con el servicio exterior, al que el actual Gobierno ha atacado sistemática y acomplejadamente durante más de tres años, sin poder transformarlo a su satisfacción revolucionaria, ¿era sensato descalificarlo tan drásticamente desde el primer momento en que colocó sus pies en la Cancillería?

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