La pregunta no tiene el profundo sentido de la expresión reservada a los deudos más íntimos frente a la desaparición prematura o inexplicable, o simplemente dolorosa, de un ser querido. Más bien está dirigida a la sociedad ecuatoriana con el vano afán de tratar de explicar la reacción excepcional frente a la muerte, también prematura, inexplicable, casi absurda, simplemente dolorosa, de Christian Benítez.
Se trataba, sin duda, de un futbolista grande, de esos cuyos goles y cuyos yerros se zanjan públicamente sin atenuantes, a todo pulmón, a toda risa o a todo llanto. Y se trataba también de alguien cuyos éxitos no le impidieron mirar atrás, a sus orígenes humildes, y tender la mano a sus semejantes. En suma, para la sociedad fue el muchacho exitoso que logró forjarse a pulso, y en ese sentido significa la promesa que se trunca, la risa que se apaga, el grito de gol, con eco mundial, que se ahoga.
El duelo es un acto profundamente humano. Es legítimo y comprensible en el círculo de los allegados. Hay un duelo social que también se entiende, en función del significado que el personaje tuvo. Por ejemplo, aún se recuerdan, como parte de la mitología nacional, las masas que lloraron a Julio Jaramillo, y cada aniversario de su muerte se vuelve un acontecimiento, cada vez con menos pegada.
Es indiscutible que casi ningún héroe nacional -y los futbolistas de la Selección lo son, a fuerza de sus hazañas y a fuerza también de la exposición mediática- pasa hoy desapercibido. En el caso de Benítez, sin embargo, se mezclan varios ingredientes.
Hay gente que sintió auténtico dolor y frustración, pero también se sumaron aquellos que sienten haber sido injustos cuando lo criticaron o no lo valoraron lo suficiente. Y asimismo se hicieron presentes los que quieren ser el plato de toda boda, aquellos que se sienten atraídos por el espectáculo o que se dejan llevar por la corriente, una corriente que, a decir verdad, se extendió penosamente por las dificultades para traer el cadáver y por la falta de información sobre las causas de su muerte.
Por supuesto, en el coctel no podían faltar los políticos. Es políticamente correcto dar las condolencias, aunque es difícil saber en qué momento el tema se vuelve un asunto de Estado que demanda la participación de ministros convertidos en anunciadores de vuelos. También es difícil saber qué pito tocan los futbolistas que hoy se dedican a la política.
Difícil determinar, tras estas reflexiones, por qué el ‘Chucho’ provocó este duelo nacional. Más nítida es, sin embargo, la constatación de que un país capaz de conmoverse de ese modo ante un hecho doloroso, ante el futuro que no será, sea incapaz de apostar por la unidad; que acepte como normal la descalificación del otro, el revanchismo como razón de ser, sin espacios para tender la mano ni para reconciliarse.