A poco de terminada la Segunda Guerra Mundial el primer ministro inglés Winston Churchill inventó una frase que, con admirable precisión gráfica, describía el nuevo orden de cosas internacional. En un discurso pronunciado el 5 de marzo de 1946 dijo: “desde Stettin en el Báltico hasta Trieste en el Adriático, ha caído sobre el continente europeo una cortina de hierro”. Se refería a la partición del planeta en dos grandes bloques geopolíticos en contienda, con sus respectivas zonas de influencia: el estadounidense y el soviético.
Parafraseando a Churchill se podría decir hoy que ha caído sobre el mundo una “cortina teológica” que lo divide en dos campos hostiles: el Occidente cristiano y el mahometano oriental, en lucha por conquistar poder, tierras y almas.
Es el “choque de civiizaciones” al que se refería el profesor Samuel Huntington de Harvard, quien decía que “la próxima guerra mundial, si la hubiera, será una guerra entre civilizaciones” y no entre gobiernos, Estados o ideologías, como en el pasado. Concretamente: entre la civilización islámica oriental y la occidental cristiana.
La arrogancia de Occidente y su agresiva penetración cultural sobre los países islámicos, que buscan “occidentalizarlos” y cambiar sus identidades, tradiciones, mitos y supersticiones, hondamente arraigados a lo largo de los siglos, han herido las sensibilidades de esos pueblos y han despertado en ellos sentimientos de humillación, impotencia y odio.
La brecha digital marca enormes distancias. El atraso científico-tecnológico árabe es muy grande. Mientras en Inglaterra el 79,8% de su población está conectada a internet, los países islámicos —con 1.322 millones de habitantes— llegan apenas al 1,6%. En materia de patentes de invención la distancia es abismal. Ellos tienen 171 patentes mientras Corea del Sur, por ejemplo, ha sumado 16.328.
En estas circunstancias, la penetración cultural occidental ha producido como respuesta acciones de violencia. Recordemos la demolición de la “Asociación Mutualista Israelita” en Buenos Aires, 1994, o las bombas explosivas en el metro de París, en los trenes madrileños y en el subterráneo de Londres, o la demolición de las “torres gemelas” de Nueva York que dejó 3.248 muertos, o el incendio del consulado norteamericano en Libia y el asesinato del embajador y tres de sus funcionarios hace pocos días al grito de “no hay más dios que Alá y Mahoma es su profeta”.
Todo esto es parte de la agudizada guerra religiosa entre musulmanes y cristianos.
Lo que hoy ocurre en treinta países islámicos, como respuesta a la burlesca película producida en los EEUU por un copto egipcio residente en California, en la que se hace sorna del profeta Mahoma, pone en evidencia que avanza el “choque de civilizaciones” del que hablaba el profesor de Harvard.