Durante la reciente visita del presidente de la República Popular China, Xi Jinping, se firmó una veintena de acuerdos, por más de USD 7 000 millones, que permitirán financiar importantes obras de infraestructura. Además, se emitió una declaración conjunta formalizando una “asociación estratégica integral”, relación que China solo tenía en América Latina con Brasil, México y Perú. Luego de esta gira regional de Xi Jinping, a la lista de socios se agregaron también Venezuela y Cuba. No conseguimos exclusividad.
El crecimiento de China como potencia internacional, su enorme mercado interno y su gravitación como principal comprador de poroto de soja, combustibles y alimentos de la Argentina, hacen que esa asociación estratégica sea una medida inteligente, que debería continuarse como política de Estado. Sin embargo, este acercamiento a la gran República Popular de Oriente pone de manifiesto las contradicciones entre la realidad y el relato kirchnerista. El modelo económico de matriz diversificada, de acumulación con inclusión social, fue diseñado para crear empleo en industrias protegidas, sin capacidad de competir internacionalmente y cuyos productos no son exportables, pues son caros. Como resultado, la Argentina no tiene productos industriales para exportar a China en gran escala y solo puede ofrecerle los “yuyos” que provienen del campo, el gran perdedor de la matriz diversificada. Ni siquiera aceite de soja, sino sus granos sin moler.
Nuestra relación con China es semejante al modelo agroexportador y “colonialista” que se atribuía al vínculo entre la Argentina y Gran Bretaña en el siglo XIX. Aún las inversiones directas chinas en América Latina se dirigen a la extracción de recursos naturales, y la ejecución de obras de infraestructura para energía, puertos y transporte.
En la cena de honor al visitante, nuestra Presidenta alabó el modelo chino: “Vimos con gran admiración el proceso de China, iniciado por Mao Tse-tung, que culminara con la República Popular China”, comparando a Mao con Juan Perón: “Frente a un mundo en ese entonces bipolar, Perón y Mao practicaban la «Tercera posición».
Si bien Mao y Perón compartieron una postura internacional distante de los Estados Unidos y Rusia, resulta doloroso insistir en esa comparación, siendo notorio que el fundador del justicialismo debió regresar a la Argentina en 1973 para expulsar del Gobierno a Héctor Cámpora y los “jóvenes idealistas” que cooptaron su gestión, muchos de ellos maoístas, para asumir la Presidencia ese mismo año y morir al siguiente.
Cabría preguntarse si la Presidenta, obnubilada por el entusiasmo juvenil de sus seguidores de La Cámpora, no tiene una secreta admiración por aquellos jóvenes chinos que, movilizados por Mao, integraban la Guardia Roja durante la Revolución Cultural (1966-1969), para atacar a quienes no eran fieles a su liderazgo. Blandiendo el Libro Rojo de su mentor, los “jóvenes idealistas” persiguieron la infiltración
Enfoque Internacional / La Nación, Argentina, GDA