Propiamente debe reconocerse que los resultados de las elecciones “primarias” dentro de los partidos chilenos no ofrecieron grandes sorpresas. Tal como se esperaba, en la tienda Socialista ganó con el 73% de votos, la anterior presidenta, la médica Michelle Bachelet. Pero lo que sí sorprendió fue la casi abrumadora contundencia de su triunfo, el domingo de la semana pasada, mientras que otros candidatos, calificados como de “más moderación”, se quedaron lejos. A su vez, entre los grupos estimados como de derecha, el vencedor fue Pablo Longueira con una alícuota de solo el 5 1%. A este personaje se lo ha descrito como “un declarado partidario de la dictadura de Augusto Pinochet”. De ahí que enseguida la casi totalidad de los analistas y observadores hayan mencionado como una característica que distinguirá al proceso eleccionario que ha comenzado a marchar, la renovada “polarización” del fenómeno de los comicios. Además, el partido comunista anunció ya que ha decidido apoyar a la misma Bachelet.
De esta suerte, la verdadera inquietud radica en la posibilidad de que el “endurecimiento” acabe con el que ha sido durante largos años el mayor capital político del país y el secreto principal de su éxito. En efecto, si es que Chile ha sido calificado como un modelo de actuación política y también económica y, por ende, además social, con nítido contraste respecto de las otras naciones iberoamericanas donde campean la extrema desigualdad, la violencia, el irrespeto a las esenciales facultades humanas y a las normas propias del Estado de Derecho, se ha debido a la decisión colectiva de respetar las reglas del juego democrático, todo lo cual ha hecho posible que los chilenos avancen hacia posiciones que les identifican como del Primer Mundo y que intervengan en las decisiones vinculadas a semejante “status”.
Por el contrario, si se actuara de la manera opuesta hay fundadas inquietudes de caer otra vez en las mismas quiebras que ya cobraron réditos extendidos y dolorosísimos en plena beligerancia anterior.
De ahí también que el proceso que se inauguró en Chile el domingo, mediante las inéditas elecciones ‘primarias’, vaya revelando aspectos paradigmáticos y que interesen a todos los habitantes del continente. No se trata solo de factores que podrían ser designados como veleidosos, frívolos o muy pasajeros, sino que la observación y la expectativa centradas en los meses que irán hasta noviembre del presente año, deban ser de máximo cuidado y estén en posibilidades de aportar indicios esclarecedores en torno de la realidad conjunta de estas naciones siempre cargadas de esperanzas y, con lamentable frecuencia, defraudadas por quienes habían sido sujetos de sus anhelos.
Claro que a los postulantes definitivos para la Presidencia de la República les toca una responsabilidad muy definida en su esfuerzo de impedir que se pierdan los valiosos logros que se han alcanzado con el denodado sacrificio de la ciudadanía total.