Columnista invitado
Con todo presidente nos corremos un albur. El rango de incertidumbre varía: es mayor cuando el gobernante es un populista, producto de un movimiento de masas inflamadas por su verbo y carisma, y menor cuando el gobernante proviene de un partido estructurado, con carrera pública e ideología definida.
A Rafael Correa se le conocía muy poco. La mejor aproximación a su vida y personalidad, el gran libro “El séptimo Rafael”, solo apareció en mayo del 2017, cuando estaba por fenecer su Gobierno. Pero lo fuimos conociendo por su actuación y millones nos decepcionamos con su arrogancia y complejo de superioridad, y nos indignamos con su autoritarismo, sus abusos y, encima, la brutal corrupción de su régimen. Por eso, para la mayoría no es sorpresa la actuación de Correa en esta campaña: lanzar a sus perros a reprimir a quienes le rechazan; devolver, pico a pico, los insultos de “rata” y “ladrón” con que lo reciben; negar, con redomado cinismo, la corrupción. Así y todo, hay quienes, al día de hoy, siguen creyendo en él y van a votar No (en la Costa más que en la Sierra y en Guayaquil más que en ninguna otra parte, donde, para colmo, la campaña por el Sí ha sido floja).
Con Lenín Moreno sucedió lo contrario: aunque se conocía su carácter conciliador, fue una sorpresa mayúscula que reconociera la corrupción del anterior Gobierno, denunciara la falsedad de las cifras económicas y creara un ambiente de tolerancia. Y eso porque, a pesar de los precedentes de su vida y carácter, militó una década en las filas de la tal “Revolución Ciudadana”.
Por eso, el sí que en 10 días daremos en la consulta popular no puede ser un cheque en blanco.
Moreno sabe que su legitimidad se jugará por la forma en que lleve a la práctica el triunfo. Lo reconoció, de alguna manera, en la buena entrevista con los periodistas de este domingo (buena porque en 10 años y medio, el país no había visto un presidente que responda con calma a las preguntas). No todo lo que ha hecho está bien, pero las decisiones más cuestionadas, como la vicepresidenta y la nueva deuda, deben entenderse como medios para subsistir en el poder y llegar a la consulta. Su pedido de tener confianza en él y fe en el futuro fueron, en esa perspectiva, adecuados. Pero la contraparte es nombrar al CPCCS a personas independientes y de acrisolada moral; no interferir en los despidos de las autoridades de control que el nuevo consejo resuelva; cambiar el equipo y el rumbo de la política económica y desprenderse de otras rémoras como la canciller. Moreno puede ser el pívot, la bisagra de esta historia y dar la vuelta en U en la carrera hacia el abismo en que se empeñó su antiguo jefe. No tiene un cheque en blanco: el pueblo le exigirá que cumpla con las expectativas que despertó y por las que votará, con ilusión, el 4 de febrero.