Cuando a inicios de la década de los noventa comenzó a destacarse un teniente coronel venezolano que lideró un golpe de Estado contra un gobierno que se autodenominaba socialdemócrata, pero era fiel ejecutor de las medidas de ajuste, pocos podían pensar que llegaría a ser una de las grandes figuras contemporáneas de América Latina.
Ahora que Hugo Chávez está muerto, se podrá debatir sobre su polémica acción política, pero nadie duda de que su gobierno imprimió un carácter al subcontinente al plantear la redistribución de los ingresos públicos, al formular cuestionamientos, a veces ruidosos, al rol de Estados Unidos en el mundo, al revivir el sentimiento nacionalista y la lealtad al mensaje del Libertador, al desarrollar una acción centrada en las relaciones mundiales sur-sur.
Al interior de Venezuela, con frases estridentes, políticas de crecimiento estatal, discurso revolucionario y actitudes autoritarias, Chávez apostó a los pobres y logró su lealtad incondicional, aunque eso le enfrentó a las clases medias y dividió al país y a sus grandes empresarios, no pocos de los cuales han sido beneficiarios de sus medidas de control de cambios y promoción de cierta producción para el mercado interno. Dentro de Venezuela impactó su esfuerzo de movilización social y promoción de un partido de gobierno único, aunque eso fracturó más a la izquierda y al socialismo.
En el exterior, su alianza con Cuba y Fidel, sus esfuerzos por consolidar posturas tercermundistas, la influencia en algunos países que tienen gobiernos afines, han vuelto irreversible su consagración como figura continental. Tampoco en esta esfera su acción dejó de ser conflictiva, puesto que ante la celebración por parte de Colombia y Perú de tratados de libre comercio con EE.UU., sacó a su país de la Comunidad Andina que es, paradójicamente, la más nítida expresión del sueño bolivariano.
Se intentó que el cuerpo de Chávez fuera momificado, como sucedió con los faraones y con varias figuras mundiales en el siglo XX. Creo que ese culto a la personalidad es poco socialista y más bien revive un ceremonial religioso bastante ajeno a las más sobrias tradiciones revolucionarias. Felizmente, esta idea se ha desechado. Pero Chávez muerto seguirá presente, aunque con menos dimensiones que Castro, Allende o Lula. Más importante que el destino de su cadáver, es recordar que, como otras figuras del pasado reciente, no se levantó por sí solo. Esas figuras son la expresión de un pueblo que rechazó masivamente al neoliberalismo y al imperialismo, al mismo tiempo recobró la dignidad, el sentido nacional y el reclamo de justicia social. No olvidemos que ese pueblo, y solo él, es el actor fundamental de la historia y no los caudillos, por impacto que su carisma pudiera tener.