América Latina tiene dificultad en captar la amenaza del integrismo religioso y del “radicalismo islámico”. Sin embargo, el atentado a Charlie Hebdo (CH) y el ataque a la libre expresión banalizan el pluralismo y el laicismo que en América Latina están amenazados.
Ante el atentado aparecieron voces que minimizan el ataque a la libre expresión; dicen que “lo provocaron”, lo “buscaron” y se los “hace pagar” por abusos del colonialismo. Esto se asemeja al hombre violento que argumenta que la mujer le provoca, porque le mira o le habla. Lo inadmisible de la violencia no es justificable y en el caso de CH es doblemente inadmisible pues se quiere silenciar al que expresa la diferencia, no cabe un rechazo a medias.
Ese antiimperialismo primario es de una izquierda sin proyecto de sociedad. Por eso no ve que la igualdad social y la libertad, derechos de la persona o contrapeso al poder son indispensables por igual y son fruto de la lucha social.
El primario antiimperialismo acaba por legitimar los integrismos islámicos que imponen el dogma al Estado y borran las conquistas sociales y de la persona, como los de la mujer, o impone el diente por diente, la violencia cortando manos, lapidando mujeres. Este anticolonialismo es un encuentro con un Islam de antes del colonialismo europeo, no el Islam de la corrientes laicas, ahora minimizadas. Normalmente a esto se llama reacción social.
El Gobierno argentino bruscamente descubre que los atentados, islámicos radicales también, en Nigeria son graves y no ve ataque a la libre expresión en París, la solidaridad mundial y mediática serían desproporcionadas con CH. El presidente ecuatoriano Correa, en un acto de solidaridad con CH, rechazó la presencia de un caricaturista que hizo un diseño que le disgustó y expresa que se debe poner límites a la libre expresión porque unos defienden intereses particulares. Quedó así caricaturizada la intolerancia y se ratificó la veta autoritaria que todavía enarbolan algunos políticos latinoamericanos y refuerza la “restauración conservadora” que alimentan, pues destruyen el pluralismo, vacían de sentido principios y conceptos con su doble discurso que lleva a sembrar el cinismo como la norma de la política y el silencio ciudadano como el mejor terreno para gobernar con lo cual promueven un desencanto y conservadurismo ciudadano. Es aún más complicado que Correa haga esto con un discurso “ciudadano” el cual no sólo debería encarnar la búsqueda de igualdad social, sino las libertades que frenan al poder y a la pretensión que no haya sino una sola verdad.
La lucha social, en América Latina, no ha puesto aún en jaque estas pautas dogmáticas en la política que alimentan los conservadurismos autoritarios. Pues, pulsiones intransigentes y autoritarias siempre habrá, pero la sociedad debería lograr atenuarlas al máximo.
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