¡Vivir la tolerancia!

Cerca de dos millones de mujeres, hombres y niños, reunidos en París, el domingo 11 de enero, lanzaron al mundo un mensaje de elocuencia y dramatismo incomparables, unidos en una protesta cuyo significado puede ser y, de hecho, ha sido interpretado en diversas formas. “Je suis Charlie”, gritaron todos, enardecidos por la tristeza, la indignación y la voluntad de construir un mundo mejor y más fraterno. El detonante de esa multitudinaria asamblea fue el crimen terrorista que segó la vida de quienes expresaban su libertad de pensamiento en el semanario de humor Charlie Hebdo.

Pasada la reacción inicial, cabe preguntar cuál es el verdadero mensaje difundido en París.

En primer lugar, hubo una condena unánime e incondicional al horrendo crimen terrorista y a los métodos de violencia que el fanatismo emplea contra los que no comulgan con sus ideas. Además, hubo un respaldo general al ejercicio libre del periodismo, en este caso del periodismo de humor que, con todas sus exageraciones, busca destacar, con ironía e irreverencia, el significado oculto de una noticia. El periodismo es la actividad que más elocuentemente ejerce el derecho de pensar y difundir el pensamiento. Por ello, vive tiempos de zozobra, peligros y asechanzas. El hombre libre no puede aceptar que se pretenda coartar ese derecho o castigar su ejercicio y que, para ello, se acuda a métodos brutales como el de asesinar en nombre de Dios.

El pueblo francés reiteró su adhesión a la libertad y a la democracia. Los manifestantes hicieron suyo el pensamiento de Voltaire que se declaraba dispuesto a defender con su vida el derecho de todos a expresar una opinión, aunque esta contradijera su propio criterio.

El apoyo a Charlie Hebdo no implicó necesariamente una adhesión a sus métodos y caricaturas. Muchos, colocándose junto a las víctimas del terror, dijeron, sin embargo, “yo no soy Charlie”, exponiendo su desacuerdo con los excesos desacralizadores de algunas de las caricaturas del hebdomadario que han suscitado serios cuestionamientos. Pero cuestionar no puede equivaler a suprimir la libertad. Es preferible vivir en sociedades en las que el ejercicio de las libertades dé lugar a abusos y no en las que, para evitar abusos, se coarten las libertades.

Finalmente, una reflexión general: la tolerancia es el componente indispensable e irreemplazable para una vida social pacífica y constructiva. Aunque diferentes en escala dramática, tan condenable es el acto terrorista que en París destruye vidas como la arenga hebdomadaria que crea división y alienta resentimientos y venganzas. La práctica de la intolerancia es la simiente de los actos desaforados que los extremismos fanáticos han cometido en París para vergüenza de la raza humana. ¿Llegará a comprenderlo así el soberbio y autosuficiente poder local?

José Ayala Lasso / jayala@elcomercio.org

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