El siguiente artículo presenta un extracto de los apuntes de clase magistral del célebre profesor James Moriarty, desperdigados y hallados junto con su cuerpo inerte, en compañía de un frasco de cicuta y de un revólver herrumbroso: “Aunque en la política los criterios no siempre son unánimes, a grandes rasgos el cesarismo es un sistema o un fenómeno que combina una presencia sofocante del Estado, con el uso generoso del poder y con la figura carismática, heroica, de un líder infalible. Weber, sociólogo, lo llamaba ‘el hombre de confianza de las masas’. Pero insisto, no hay una definición indiscutible (en blanco y negro) y pacífica del cesarismo. Por eso es mejor hablar de cesarismos -así, en plural y a falta de otros mejores paradigmas- en vez de entrar a los terrenos cenagosos del “bismarckismo” o de los “bonapartismos”, por ejemplo.
El término, por supuesto, se deriva de la Roma antigua y de la arrolladora personalidad de Cayo Julio César. Los cesarismos, más allá de los nombres y de las anécdotas históricas, se caracterizan por la personalización del poder y por la desvinculación del Estado de los llamados “poderes fácticos”, es decir, aquellos poderes que pudieran competir o debilitar las potestades del líder. Así, según otro colega, el encarcelado Gramsci, en los cesarismos las fuerzas en lucha se equilibran de forma catastrófica de modo que puede haber una destrucción recíproca. Los cesarismos, entonces, suelen incluir la dinamización de los conflictos entre grupos sociales antagónicos, de un modo que el líder, el César, se erija como árbitro supremo y como palabra sacrosanta. Así, los problemas se resuelven mediante la imposición de la voluntad personal sobre el enemigo, ya que una sola persona lo encarna todo: la patria, el poder y la soberanía, principalmente.
En concordancia con lo anterior, los cesarismos se identifican con el fortalecimiento del Estado, con la protección de la industria y la empresa nacional y con la creación de una burguesía local. La vigorización del Estado, como otro efecto, trae necesariamente el predominio de la sociedad y del aparato sobre el individuo, que pasa a ser meramente una estadística.
Por último, cuando existe mayor nivel de sofisticación y de preciosismo los cesarismos anotados pueden fungir de democráticos, es decir, los poderes generales suelen ser sometidos a constantes votaciones, con el fin de refrendarlos y revigorizarlos.” Hasta aquí las notas del interfecto profesor Moriarty, catedrático de la universidad de Leeds. Trascripción financiada por partida presupuestaria del Instituto Nacional de Fomento de la Verdad Histórica para el Bien Común y de los Pueblos.