El fin del año 2016 está cerca. En unas cuantas horas más se habrá quemado, igual que los monigotes. Cada uno quema un año viejo diferente y cada cual formula deseos diferentes para el nuevo año. El final tiene también un sentido diferente para cada uno. Habrá quien piense en un fin al estilo calendario Maya que es solo el inicio de un nuevo ciclo que repite el anterior. Los cristianos apocalípticos evocarán el fin del mundo y eso implica un pensamiento trágico acerca de la precariedad de la vida, compensado con la fe en una nueva vida de mejores calidades.
Hay otros finales más cercanos, menos trascendentes, en los que podemos pensar este año; por ejemplo el final del gobierno que se dará en dos etapas: la primera en febrero cuando elijamos otro Presidente y la segunda en Mayo cuando se produzca el cambio de mando. Será también el fin del populismo y el fin de los sueños de eternidad política. Al populista, dice el filósofo Bernard-Henri Lévi, le gustaría reemplazar las elecciones por los sondeos o el plebiscito, la República por un concurso televisivo y al pueblo por la turba, el populismo, concluye, es una enfermedad senil de las democracias.
Todo se desgasta sin remedio. Se agota el gusto por las encuestas cuando se debilita el rencor popular y la palabra sagrada del pueblo en los plebiscitos termina por no valer nada como acaba de mostrar el ganador del Nobel de la Paz; los caudillos gobiernan sus últimos días desde los programas de farándula, pero ya no divierten. Los sueños populistas de eternidad en la política fenecen y no sabemos qué viene después.
También hay finales que no vemos todavía pero que ya son deseables. Ansiamos un final para la crisis económica y anotamos en los deseos secretos de la última noche del año; pero ese final exigirá todavía lágrimas y sacrificios para llegar.
Ya es deseable el fin de la corrupción; después de tanto tiempo de acostumbrarnos a ella y verla en todas partes, queremos ponerle fin, ya está en segundo lugar de los deseos de los ecuatorianos, solo después de la crisis económica, y sólo porque no sabíamos que la corrupción está antes que ella.
La lucha para acabar con la corrupción será larga y sinuosa, primero negarán su existencia, después exigirán pruebas, más adelante se la tapará con propaganda, se endosará a otros pero finalmente le faltarán patas para salir corriendo. Al menos en los deseos de fin de año podemos imaginar que el fin de la corrupción está cerca.
Esta noche, la última noche del 2016, cuando ardan los monigotes echaremos al fuego todo lo que de nuestras vidas queremos cambiar y lo que queremos cambiar de la vida de todos, de la política; y luego formularemos los deseos para el nuevo año y ensayaremos en nuestros pensamientos aquello que intentaremos construir en el 2017 si queremos que sea este el año de la transparencia, el año del cambio.
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