Esta semana empezó con un evento histórico de colosal envergadura. El lunes, el Parlamento de Cataluña aprobó la declaración de su independencia de España. Estos documentos son aves de extrema rareza, que casi nunca aparecen fuera de un ambiente de intensa tensión militar.
Tan raros son estos documentos, que es difícil preverlos. Se observa poco a poco cómo la historia avanza en un sentido, cómo hay señales y presagios cada vez más fuertes … pero a la postre el avistamiento del ave parece siempre cogernos desprevenidos. En las elecciones legislativas locales de septiembre dos partidos que “únicamente” basaron su campaña en la independencia consiguieron juntos la mayoría (Junts pel si yCUP). Se olía el proceso de ruptura con España, pero pocos pensaron que se precipitaría con esta rapidez.
Este documento declara iniciado el proceso de desconexión con el Estado español, prevé la redacción de una Constitución catalana, y otras normas básicas para el inicio de la vida republicana. Pero, sobre todo, afirma que desobedecerá a cualquier decisión que tomen “las instituciones del Estado español, en particular el Tribunal Constitucional”.
Por el momento no hay en España una crispación que apunte a un escenario militar. Pero tras el documento hay que preguntarse, ¿en caso de desobediencia, aplicarán los españoles su Constitución por la fuerza? Recordemos que uno de los rasgos que definen esencialmente al Derecho, es la capacidad de imponerse por la fuerza; salvo que los españoles no quieran ver roto su orden, deberán tener en mente esta opción.
Ya el Tribunal Constitucional ha suspendido la declaración, ahora la pelota está en la cancha de Cataluña: si descartan la declaración y todo vuelve al cauce legal, o si desobedecen, desafiando frontalmente el orden español.
El Gobierno central ha desvelado una postura puramente confrontacional; no necesariamente la mejor estrategia dado que es este gobierno uno de los mayores culpables de la precipitación del proceso secesionista catalán.
La gestión de la crisis española por parte del partido en el poder –Partido Popular– ha sido traicionera con el propio pueblo, por decirlo menos. A la par que manejaba la economía a través de mentiras, rupturas escandalosas de las promesas electorales, y defendiendo desvergonzadamente intereses particulares,el PP ha enfrentado una miríada de escándalos de corrupción que han brotado como canguil.
El tesorero del PP fue a prisión por dar sueldos negros a toda la cúpula del partido durante años, la trama Gurtel (una red de corrupción ciclópea), o el famoso caso de la construcción del aeropuerto de Castellón que durante 5 años no tuvo un solo vuelo.
Viendo la gestión de Mariano Rajoy, no es un misterio el deseo separatista de Cataluña. No se observa en el corto plazo un escenario de conciliación.