La famosa revolución de la década ha sido un castillo de arena de esos que en la primera lluvia se desmorona. Bastó que deje el puesto el caudillo para que todo aquello que se pregonaba a los cuatro vientos como gran logro se deje ver en su verdadera dimensión. Hoy, todos los sectores de la sociedad: maestros, médicos, abogados, indígenas, constructores, arquitectos, choferes, sindicatos, universidades, mujeres, jóvenes, ancianos, comerciantes, agricultores, tienen algo que decir, quieren ser escuchados, porque tienen demandas y problemas sobre los que se había echado tierra durante diez años pero que no estaban resueltos.
De arena (literalmente) resultó ser la Refinería del Pacífico: los billetes que costó ese espacio vacío se los llevó el fuerte viento de la corrupción. De arena también son las explicaciones sobre esos y otros dineros que nadie dice tener y sobre los que nadie se hace responsable aún.
De arena resultó ser la justicia que, a punta de telefonazos o de órdenes por correos electrónicos, ha dictado sentencias para los más débiles mientras que ha dejado sueltos a aquellos que han cometido las más grandes fechorías y que hoy gozan del manto de la impunidad.
De arena resultó ser la participación ciudadana y su rimbombante consejo que designó a autoridades de control y fiscalización que ni controlaron ni fiscalizaron sino todo lo contrario. De arena resultó la transparencia y el control social.
De arena ha sido la eliminación de la tercerización laboral: basta ver lo que acaba de pasar en Dayuma, en un nuevo paro en estos días con los mismos problemas de hace diez años, donde la estatal petrolera subcontrata a unas, a otras y a otras más y no hay quien pague a los trabajadores ni a las comunidades que reclaman sus derechos.
La revolución ha sido de arena como de arena ha sido la Constitución de Montecristi que garantiza derechos que se escapan entre los dedos como cuando se agarra un puñado en alguna playa y, poco a poco, se suelta el puño hasta que no queda nada en la mano.
En ese castillo de arena han estado enterradas algunas de las más tremendas de las injusticias: desde los horrores que sucedían en la cárcel de Turi, donde una red de extorsión torturaba a los presos hasta el profesor de un colegio privado que abusaba de un niño y que fue defendido por poderosos abogados.
De arena también ha sido esa militancia ciega que defendió (y aún lo hace) lo indefendible y que ve hoy como se desmorona lo que llamaban “proyecto” quienes se decían “soldados” (y “soldadas”) de un proceso de cambio en el país.
De arena es la retórica revolucionaria que se quedó en vetustas canciones y en proclamas, como de arena ha sido también la oposición, volátil, liviana…