Carta a una madre

Hoy es el Día de la Madre y esta carta está dirigida a la madre de Luis Alberto C. y a muchas otras madres que ya han pasado por lo mismo. Las madres del Mejía, las madres de Baltimore, Estados Unidos, la lista es larga. Le quiero decir que usted no hizo nada malo. Yo también tengo un hijo de 16 años de cuya rebeldía me enorgullezco. Por eso le entiendo. Eso siempre es preferible a tener un hijo irreflexivo o simplemente quemeimportista, cuyos criterios no van más allá de preocuparse si tiene saldo en su celular o si pudo comprar el videojuego de moda.

Un hijo crítico y reflexivo con su entorno, con energías y ganas suficientes para indignarse con lo que pasa con su comunidad, con su país, es un hijo muy bien criado, con bases sólidas para el futuro. Un hijo que, en el futuro, podrá distinguir entre conseguir sus ambiciones por la vía fácil (cualquier cosa con tal de conseguir poder) y conseguirlas con tesón, esfuerzo y trabajo.

Un hijo que no cambie sus principios por un plato de lentejas.
Ni los niños ni los adolescentes son tabula rasa. No son una extensión de nuestro cuerpo. Ellos piensan por sí mismos y aprenden a valorar su realidad de acuerdo a lo que le hemos enseñado como padres, a la escuela, pero también lo que ven en su entorno. Mi hijo, por ejemplo, cometió su primera travesura política a los nueve años. Él estudiaba en La Condamine y un día vino contento a casa porque le mandó un pelotazo al Presidente.

Yo, por supuesto, le amonesté. Pero también le pregunté por qué lo había hecho. Me dijo que porque él insulta a muchas personas el sábado y que también me había insultado a mí alguna vez. Le dije que precisamente por esa razón, él debe crecer siendo diferente. Que los problemas se deben resolver dialogando y discutiendo, siempre por medios pacíficos y nunca con agresiones ni físicas ni verbales.

La verdad, el Presidente me ha sido muy útil como ejemplo para educar a mis hijos sobre cómo no se debe reaccionar frente a los problemas. Y, sobre el valor extraordinario de la paz, de extender la mano, de dialogar, de respetar al que piensa o es diferente, pero también de resistir frente a las injusticias y la prepotencia.

Su siguiente gran travesura como adolescente fue pintar un grafiti de reclamo social en la pared. Por suerte no estábamos en Ecuador, sino tal vez yo hubiera pasado lo mismo que usted. La policía lo encontró y lo llevó de vuelta a la escuela, sin amonestarlo siquiera. Como madre y como profesora puedo decirle que cuando uno tiene que decir a un hijo o estudiante que lo respete, hace tiempo perdió ese respeto.

Los niños y adolescentes saben muy bien a quienes respetar y admirar. No siempre tienen las mejores maneras o las más atinadas, pero lo importante es que tengan siempre en alto su sentido de crítica, de reflexión e indignación por lo que pasa en su entorno. Solo así generaremos una sociedad distinta algún día y habremos hecho bien nuestro trabajo.

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